Cultura

El pasado acaba siendo espectral

  • Juan Lamillar regresa con un poemario en el que, con su habitual tono de confidencia susurrada al oído, explora las arenas movedizas de la memoria

Después de un tiempo de espera, aparece ahora el libro de poemas de Juan Lamillar Extraña geografía, que había sido anticipado parcialmente en sus antologías personales Música de cámara (2014) y Entretiempo (2015). Sale casi a la par que sus deliciosos apuntes en prosa Notas sobre Venecia, en los que venía trabajando desde hacía años. No creemos que uno arroje sombra o perturbe la lectura del otro; cada uno en su género son libros muy distintos y con objetivos estéticos muy diferentes.

Tiene Extraña geografía una nota meditativa traspasada de tiempo y de belleza, y lleva el sello inconfundible de la poesía de Lamillar, por temas, pericia técnica y tono. El tono es el de la voz baja de la confidencia, a veces con un punto de ironía (nada ácido) y otras veces con una sonrisa (la sonrisa ante las cosas que vamos perdiendo).

En afinidad con Marco Aurelio, al que se glosa en un poema, Extraña geografía nos recuerda que somos seres temporales y, conforme se produce el natural y erosivo avance de la existencia, más peso tiene la carga del pasado y más espacio ocupa el territorio de arenas movedizas que es la memoria, con su orografía desdibujada e irreconocible, de la que nace el título del libro. El país del pasado acaba siendo espectral.

Juan Lamillar retoma un tema muy característico de su poesía: el del final del verano, la llegada de septiembre, con un fuerte sentido simbólico más allá de lo meramente autobiográfico, pues lo que se toca ahí es la rueda del tiempo en su cíclico girar. El poema Volver, en este sentido, es una cima de su poesía: "Hemos cerrado el libro del verano / y aún nos quedan sin leer todavía / las páginas cansadas de septiembre". Pero plantea también nuevos temas, como los inspirados en su paso diario por las aulas como profesor (El mapa del tiempo, Actos sociales y el más incisivo, Unos gestos), con un enfoque muy original y una mirada compasiva que lo dice todo.

Comentario especial merecen las bellísimas instantáneas poéticas que sirven para darnos con el flash de las palabras una iluminación nueva de las cosas. Lamillar está muy cerca de la pupila de un buen fotógrafo, cuando no se identifica absolutamente con ella, pues, para él, "la poesía -como ha escrito- es una cuestión de mirada". Estos poemas, que congelan fotográficamente la vida, lo revelan como un maestro en el arte de atrapar el tiempo, las vivencias irrepetibles, los fugitivos instantes. Sí, cada ser queda atrapado en el tiempo "como insecto en el ámbar", leemos en el espléndido poema que cierra el libro, inspirado en la serie de retratos del fotógrafo Nicholas Nixon a las hermanas Brown en sucesivos años y -quietud y vértigo- en idéntica postura siempre.

En un libro fundamentalmente en verso blanco, destaca no obstante su sección segunda, en la que el poeta cultiva el verso medido y la rima consonante para regalar al lector un conjunto de siete sonetos, entre los que sobresale, pieza impar, Tiempo único: un soneto con ritmo de seguidilla (7+5 sílabas), que consagra a Lamillar como admirable orfebre.

En la línea de la poesía más pura y clásica, se renueva en este rotundo libro la tradición de la palabra meditativa, reflexiva y sabia, la misma que esculpió las estelas griegas o las inscripciones borrosas de Itálica, en épocas pasadas. Renovada y revitalizada por la gracia y el poder de seducción de su verso, la voz de este poeta sevillano -sevillano en la más ilustre acepción- nos habla de alguien que ama y siente la pérdida del mundo en que vive, a la luz de un sol aún hermoso que empieza a declinar.

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