Abierta la veda con títulos como Nómadas del viento, El viaje del Emperador o la más reciente Tierra, y con una coyuntura ecologista favorable alentada por Al Gore y sus power points de diseño de Una verdad incómoda, parece ser éste el momento ipara estrenar documentales sobre la naturaleza salvaje que otrora se refugiaban en las siestas de sobremesa de La 2 o en los numerosos canales temáticos de las plataformas digitales de televisión.

No causalmente, Los reyes del Ártico está producida por la sección cinematográfica del prestigioso y académico canal National Geographic y avalada por una filial de Paramount Pictures. Dentro de estas coordenadas, este ortodoxo y pulcro documental alimenta aún más la vertiente didáctica y canónica del género. A saber, integrando técnicas propias de la filmación documental (espectacularidad técnica, rigor observacional, seguimiento, paciencia, etcétera) con un desarrollo y un tratamiento narrativos que, en aras de una claridad expositiva sin fisuras ni ambigüedades, se sirve de muchos dispositivos propios de la ficción como la caracterización de animales como si de personajes se tratara, el uso de una voz en off explicativa -Belén Rueda en la versión española, Queen Latifah en la original- que dirija el sentido de lo que vemos, y el permanente subrayado de las acciones con música sinfónica (cortesía de un inspirado Joby Tabot) o conocidas canciones pop que dirigen y matizan igualmente nuestros afectos ante las peripecias de un oso polar y una morsa a cuyo crecimiento asistimos al paso de las estaciones.

Sin muchas opciones para vagar libremente por el paisaje más allá de los tópicos del ciclo de la vida, las duras condiciones climatológicas, la lucha por la supervivencia o el acecho del cambio climático que desequilibrará el ecosistema, se nos invita a contemplar Los reyes del Ártico con los ojos inocentes del niño embelesado por las maravillas del planeta, ese niño (o niña) que descubre, una vez más, el "milagro de la vida". Colorín, colorado...