literatura

A este lado del Río Negro

  • La editorial malagueña GasMask reúne en el libro 'Ambición a la luz de la luna' los escritos autobiográficos de Robert E. Howard, creador de Conan y Solomon Kane

El escritor estadounidense Robert E. Howard (1906 - 1936).

El escritor estadounidense Robert E. Howard (1906 - 1936).

El 11 de junio de 1936, apenas salido el sol, Robert E. Howard se sentó en su coche, extrajo del bolsillo un revólver del calibre 38 y se pegó un tiro en la cabeza. Tenía treinta años. No pudo soportar la idea de que su madre, a la que se mantenía unido en virtud de una relación no exenta de matices enfermizos, hubiese entrado en coma a cuenta de la tuberculosis. Howard murió pocas horas después y su madre lo hizo al día siguiente. Ambos habían vivido en Cross Plains, en el mismo corazón de Texas, de manera harto discreta: él no tenía amigos y ella soportaba a duras penas un matrimonio infernal. Howard se había mostrado desde su infancia huraño, esquivo, apartado y poco dado a las convenciones sociales, con el cordón umbilical intacto y su madre siempre al otro lado: su espíritu contraído y reservado no encajaba en modo alguno en el Texas donde nació, creció y murió. Ya desde su adolescencia, carcomido por la depresión, había intentado en varias ocasiones proceder al final que aconteció aquel día casi postprimaveral; sin embargo, el escritor Robert E. Howard tuvo tiempo de regalar al siglo algunos de los personajes más notorios de su literatura popular, como Conan El Cimmerio y Solomon Kane. Si en vida publicó con relativo éxito numerosos relatos consagrados a estos héroes, especialmente en las revistas pulp que tanto adoraba como Weird Tales, la posterior proyección de sus criaturas, imparable e icónica, le hizo merecer honores como el de ser considerado, con toda razón, pionero del género de espada y brujería. Pero entre mandoblazos, calaveras, dragones, magia negra y demás ingredientes de la Era Hiboria, Howard también escribió sobre sí mismo: lo hizo en una serie de escritos memorialísticos que la editorial malagueña GasMask acaba de reunir por primera vez en castellano, con edición de Javier Jiménez Barco, en el volumen Ambición a la luz de la luna y otros textos autobiográficos, recién puesto en circulación.

En realidad, el lanzamiento de este libro supone un verdadero hito internacional por cuanto se trata de la primera colección de estas obras con ambición totalizadora. Tal y como explican desde la editorial, la propia fundación Robert E. Howard anunció hace ya algunos años su intención de publicar un trabajo de estas características, e incluso avanzó un listado de títulos que, paradójicamente, estaba incompleto y dejaba fuera algunas perlas autobiográficas del escritor. Ambición a la luz de la luna recoge de manera íntegra todo cuanto el autor de La hora del dragón escribió sobre sí mismo; y seguramente lo que más sorprende, de entrada, sea la disciplina con la que Howard se entregó a la tarea a pesar de su juventud, hasta forjar un corpus no precisamente pequeño. Entre los escritos recuperados destaca una suerte de confesión de juventud, escrita a modo de novela y titulada Post Oaks and Sand Roughs, en la que nuestro hombre se describe a sí mismo como un artista de sensibilidad infinita en un mundo rural, el de comienzos del siglo XX en Texas, agreste y rudo en exceso, sin opciones para un muchacho tímido e inseguro como el protagonista. Sin escatimar en ternura, humor y cierta complacencia, Howard escribe sobre sus primeros y fallidos amores, la amistad como quimera y la tormenta familiar que reinaba en su casa. Además de la traducción, la edición resulta especialmente valiosa en la medida en que permite, a través de sus numerosas (pero precisas y acertadas) notas, establecer puentes fiables entre la existencia primeriza del escritor y los mundos de ficción que creó después, a salud de la premisa que insiste en que la imaginación, incluso la más portentosa (como es el caso), es un monstruo volador con los pies en la tierra.

El autor escribió ampliamente sobre sí mismo antes de quitarse la vida a los 30 años

Además, Ambición a la luz de la luna incluye otras tres autobiografías más breves, numerosas notas que Howard escribió sobre sus relatos y el oficio literario, autorretratos en clave de parodia (con especial inquina dirigida a sus años de instituto) y cartas con sus editores (incluidas las de los últimos rechazos de Weird Tales) y otros escritores; en este sentido, cabe señalar que el autor tuvo entre sus más fieles amigos a H. P. Lovecraft, si bien la relación entre ambos se dio esencialmente de manera epistolar. Tampoco faltan textos de familiares (entre ellos su padre) y compañeros escritos tras su muerte y la de su madre, ni un álbum de fotos familiar. Precisamente, uno de los grandes valores del volumen es su carácter ilustrado, con reproducciones de carteles de boxeo (deporte por el que Howard profesaba una enorme afición) y de las portadas de las revistas que protagonizaron sus relatos. Todo queda servido con el fin de que el lector tenga la impresión de viajar al mundo de Robert E. Howard: un cosmos que en su manifestación real era gris y plomizo y que en su traducción literaria se tornaba épico y colmado de romances y aventuras. Ambas esferas, no obstante, y tal y como demostró el mismo escritor, podían llegar a ser igual de peligrosas.

Tras su muerte, fue el bárbaro Conan quien prodigó a Howard una mayor fama en su posteridad. Ya en los años 40, la quincena de relatos que publicó sobre el personaje reaparecieron convenientemente alterados y ampliados por manos apócrifas, práctica que perduró hasta bien entrados los años 60. A partir de los 70, la adaptación al cómic, especialmente en las manos del dibujante John Buscema para mayor gloria de Marvel, terminó de hacer del cimmerio un verdadero icono popular, acrecentado en los 80 con las películas protagonizadas por Arnold Schwarzenegger. Pero, con toda su grandeza, Conan es sólo uno más de los fenómenos con los que Robert E. Howard alimentó su galería. Creaciones suyas fueron también el implacable Solomon Kane, llevado al cine en 2009 y cuyos relatos fueron felizmente reunidos para el lector español por la editorial Valdemar en 2010; el héroe mitológico Kull de Atlantis, precedente del propio Conan; el guerrero picto Bran Mak Morn, freno de la invasión romana en las frías Hébridas; el aventurero americano en Oriente Kirby O'Donnell; el pistolero Elborak Gordon, cuya odisea se prolonga también hasta Asia; y el perspicaz detective Steve Harrison. En todos ellos dejó Robert E. Howard constancia de su obsesión por la confusión entre civilización y barbarie, de sus lecturas de clásicos como Plutarco y de la tristeza impregnada de rabia que le acompañó siempre. Ni siquiera Conan pudo atravesar el Río Negro.

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