Cultura

"No he intentado que la poesía fuera un calmante"

  • Pablo García Baena definía a la poesía como "una compañera fiel que tiene algo de amiga y algo de amante" y defendía que nunca se sintió un verdadero escritor sino "un poeta esporádico"

Pablo García Baena posa con una de sus obras en las manos.

Pablo García Baena posa con una de sus obras en las manos. / reportaje gráfico: el día

Fueron varias las entrevistas que Pablo García Baena concedió a el Día y a otros medios del Grupo Joly. Ofrecemos aquí una selección de las respuestas del poeta en distintas conversaciones desde el año 2000 con periodistas de esta casa.

-¿Qué le aporta la poesía en este momento de su vida?

-Es una compañera fiel que tiene algo de amiga y algo de amante. Una compañera que me proporciona algunos malos ratos, otros buenos y de vez en cuando uno magnífico como el de hoy. Momentos que borran otros que no fueron tan dulces. La poesía, como toda tarea humana, genera momentos bellos y sinsabores.

-¿Qué siente, qué piensa al leer ahora sus primeros poemas publicados?

-Siento ternura y un poco de compasión por aquel poeta joven que se debatía entre tantas dudas en aquellos años tristes, terribles, los años oscuros de la posguerra española. Hay poemas de Rumor oculto que son anteriores al 46, de comienzos de los 40.

-Dice que en su poesía no hay amargura pero sí melancolía.

-La melancolía es una manera de endulzar la amargura. Si no hubiera amargura, no habría melancolía. Es una forma de recordar embelleciendo lo que pasó, y ese fondo sí es amargo. Pero un amargo agrio no hay en mi poesía.

-¿La poesía le ha proporcionado algún tipo de certeza o de respuesta?

-No, en absoluto. No he intentado que la poesía fuera un calmante o un acicate. La poesía ha llegado cuando le ha parecido y yo le he hecho caso. Pocas veces, porque mi obra es bien pequeña.

-Regresó al panorama literario después de 15 años con Los Campos Elíseos. ¿Cómo fue este proceso que desembocó en este libro?

-Un proceso largo y por eso en el libro hay muchos periodos de mi vida reflejados. Están algunas partes de la infancia, recuerdos de la niñez, una parte de viajes con distintos paisajes y ciudades, etcétera. Yo nunca he sido un poeta de prisas, siempre he tenido el tiempo por delante, me ha parecido que era mejor que la poesía no saliera cada año. Pero quizás haya sido demasiado tiempo. Sin embargo, en ese espacio se han hecho muchas cosas. Salió Recogimiento en una colección del Ayuntamiento de Málaga y que presentamos en Nueva York; la antología En la quietud del tiempo, que Abelardo dedicó a la poesía de Hispanoamérica con prólogo de un autor cubano... También he hecho cosas para el Centro Andaluz de las Letras. Se han hecho homenajes (yo aporté algunas semblanzas)... No es que haya estado 15 años pendiente de este libro... Cuando ya me pareció que lo que quería expresar estaba ahí, me puse en contacto con Pre-Textos, que me ha estado esperando pacientemente durante años. Una vez lo di, el libro salió casi inmediatamente.

-Hay tanta música en Los Campos Elíseos... ¿Le hubiera gustado ser músico también?

-Yo no toco ningún instrumento, pero soy aficionado. Hoy en día, gracias a las tecnologías, se pueden oír las sinfonías de cualquier lugar como si estuvieras en un auditorio. Y parece que los artistas cantan especialmente para ti. También me gusta la música coral, el gregoriano o el flamenco. Ésta es una de mis aficiones de siempre. Pero no creo que hubiera podido ser músico, porque esto requiere una precisión casi matemática y yo soy muy anárquico. Lo que sí me hubiera gustado es pintar. Algunos críticos han visto en mí a un poeta pintor como fue Lorca o el Duque de Rivas. Incluso he hecho dibujos, por ejemplo para los amigos cuando han hecho ediciones, en vez de firmárselas. Pero no soy como Liébana y sus ángeles.

-La revalorización de Cántico no cesa. ¿Qué recuerda de aquella revista y cuál fue su relación con Luis Cernuda?

-En realidad, un intercambio con Luis Cernuda nunca tuve, no tengo ninguna carta de él ni nada de eso. Todo comenzó porque yo le envié mis obras, que entonces eran pocas, pero lo cierto es que él, como contó en muchas ocasiones, no recogía los libros que le enviaban a México, porque, entre otras cosas, parece que tenía que pagar la aduana. Cernuda era muy especial. Verdaderamente nosotros llegamos a él a través de Ricardo (Molina) y de José Luis Cano, sobre todo por medio de este último, incluso antes de que le publicásemos el homenaje. Luego, él estuvo un tiempo algo enfadado con nosotros, e incluso nos zahiere un poco a los de Cántico en alguna carta, pero bueno, eso entraba en lo que era su forma de ser. Nosotros, al fin y al cabo, fuimos los primeros españoles que nos ocupamos de su obra. La revista que le dedicamos tendría sus defectos, como la colaboración de Pemán, que le sentó fatal, pero ahí está.

-¿Cuáles cree que fueron las aportaciones fundamentales de Cántico a la literatura española de los 50, dominada por la corriente de la poesía social?

-Lo que hizo Cántico, su vital aportación, fue volver a la verdadera poesía española, recuperarla, simplemente. Lo que hicimos en ese momento no fue seguir las corrientes que había (la poesía social realista y el garcilasismo), sino intentar hacer poesía según nuestro parecer y según lo que leíamos y lo que creíamos que debíamos hacer, por eso no nos incluyeron en ninguna corriente. Fuimos la continuidad de la poesía de siempre; eso es lo que aporta Cántico.

-¿Sigue la joven poesía cordobesa? ¿Qué escritores le gustan?

-Sí, sigo la poesía cordobesa actual, pero la verdad es que son muchos los nuevos autores. Destacaría, y seguro que me olvido a alguno, a Juan Antonio Bernier, a Raúl Alonso y, por supuesto, a mi casi pariente Pablo García Casado. Todos ellos prometen y hay que estar muy atento a lo que escriben.

-¿Qué nuevo latir encuentra usted entre los jóvenes?

-El poeta es el que hace el camino. La juventud, tal y como ha sido siempre, es más revolucionaria, es un abrir camino encontrando horizontes nuevos, lo que es el impulso juvenil. Luego viene el oficio, la sabiduría, pero la poesía de verdad está en la juventud. Un poeta lo tiene todo dicho a los 30 años. Si no tiene a esa edad su voz poética es difícil que se tenga alguna vez. Luego se aprende cada vez más, pero esa chispa juvenil, ese agua clara del manantial se va canalizando y ya no es lo mismo.

-¿Ser poeta a tiempo completo acaba distanciando al escritor de la poesía?

-Yo nunca me he sentido un verdadero escritor, yo soy un poeta esporádico que cuando sopla el viento de la poesía escribe y hace libros. Pero luego puedo permanecer unos cuantos años sin publicar nada y no tengo ningún problema.

-Ahora está de moda decir que las musas te tienen que pillar trabajando...

-Creo que fue Juan Ramón quien dijo eso de que cuando llegue la musa que te pille escribiendo. Peroyo no soy un poeta de despacho ni de escribir a diario, la musa viene, me tira de la blusa y me dice ponte a escribir. Yo no creo en la poesía que se basa solo en el trabajo, primero tiene que venir el soplo y después hay que trabajar en eso.

-Luis Antonio de Villena habla de usted como "el poeta puro". ¿Está de acuerdo o prefiere verse algo más impuro?

-Villena es tan amigo que puede decir lo que quiera, luego le podemos creer o no. Yo me considero un poeta raro, alguien que vive al margen de la vida poética oficial, asistir a actos... Pero tengo que hacerlo aunque no me gusta demasiado porque, además, los poetas se invisten de una autoridad cuando le llegan los honores que no va conmigo. Con este premio Lorca lo único que puedo hacer es agradecerlo, pero sin sentirme como un personaje de las letras porque eso ya da un poco de risa.

-Recibió el Príncipe de Asturias en 1984. ¿Ha sido la mejor vacuna contra la vanidad?

-Alguien por ahí dijo que había recibido este premio recientemente. Vino muy bien este premio porque me hizo volver a la poesía. En el ambiente asfixiante de la posguerra no sólo era la penuria y el hambre, también estaba el peso de lo castellano en el sentido de enjuto, tieso, y para un andaluz la poesía es el frescor del agua, algo que sabía muy bien un castellano como San Juan de la Cruz.

-Para escándalo de los puristas de la literatura, usted reconoce que ha leído El Código Da Vinci. ¿Es un acto supremo de valentía literaria que un Príncipe de Asturias reconozca que lee a Dan Brown?

-También he leído la saga de Harry Potter porque intento estar al día de todo lo que se escribe. Hay que reconocer que El Código Da Vinci no es El Quijote, pero entretiene. Yo leía todo lo que caía en manos desde niño, también mucha novela policíaca. Cuando un chico joven me pide que le aconseje qué leer, aparte de los clásicos, también recomiendo ver qué se está escribiendo, a veces para tirar el libro a la basura, porque estamos de templarios hasta arriba...

-¿Qué novelas le han marcado?

-El Rojo y negro de Stendhal, un libro que leí de joven, igual que Anna Karenina, Dostoyevsky, Balzac... Y sobre todo Galdós, que era un mago, parece mentira que haya gente que todavía le sigue llamando garbancero porque no se dan cuenta de que la garbancera es España, no Galdós. También leo a Ortega y Gasset, soy un hombre atrasado.

-¿Su generación supo disfrutar de Córdoba de manera distinta a como lo hace la actual?

-Totalmente. Disfrutábamos mucho. Un rosario de la aurora siempre es mejor que un botellón, sin duda, no tiene comparación. He odiado siempre la Feria y pensar que todos los sábados hay una multitud de ésas en el botellón me horroriza, no iría jamás. Me encanta estar con los amigos, y beber, pero no con desconocidos. Esas fotografías que se ven ahora de avenidas con botellones, o de El Arenal ... No, por Dios.

-¿La de antes era una Córdoba más íntima, más recatada, más de puertas adentro?

-Claro, era el momento de las queridas, de las entretenidas y todo eso era a base de señales. Se cuenta de una señora que recibía a un amigo y ponía un pañuelo en el balcón para que el marido no entrara en la casa en esos momentos. Era esa Córdoba secreta de la que todavía no se ha contado nada. Afortunadamente, el misterio está ahí. Esas mujeres, esas cortesanas de la época, tan devotas, tan queridas, tan discretas, cuando pasaban no te decían adiós, sólo levantaban las cejas como saludo. Esa es la Córdoba de verdad, así debe ser Córdoba; no este jolgorio que nos tienen montado.

-Cada vez que habla del proceso de degradación que vive esa Córdoba que usted conoció usa el término "mascarada". ¿Por qué?

-Porque todo se ha convertido en una mascarada: si hay una romería, se ha convertido en una batalla de flores; si hay una batalla de flores, se ha convertido en algo fallero, y así todo. Nada es propio de la ciudad. De la Semana Santa no digamos; son contadas las cofradías que están conformes con el entorno. Ves cosas que desde luego te indignan.

-¿Dónde puede estar el origen de todo esto: en un desconocimiento de la ciudad o en un afán por emular modelos ajenos?

-Principalmente en un desconocimiento, porque Córdoba no tiene que emular nada. Córdoba es Córdoba y es "la primera de las ciudades de España", que decía Alfonso X el Sabio. Entonces, no tenemos por qué crear un Rocío falso de marismas, ni rosarios de la aurora con tamboriles. ¿Dónde estamos? ¿En Córdoba? Esa Córdoba no la quiero.

-¿Considera que la situación es irreconducible?

-No, se reconduciría en el momento en que la gente se diera cuenta y apreciara cuanto hay de auténtico en las cosas. Me parecen muy bien los rosarios de la aurora, pero qué pintan los tamboriles y las letras que hablan de las marismas y de cosas de esas. Si es la hermandad del Rocío, que lo lleve, ¿pero las demás? ¿Por qué? Las dolorosas que oyen eso irán horrorizadas, diciendo: "Dónde me llevan".

-¿Vuelve con asiduidad a los parajes de la sierra de Córdoba que protagonizan buena parte de su obra en la etapa de Cántico o al lugar donde se ha sido feliz no se debe tratar de volver?

-Voy de cuando en cuando, precisamente hace muy poco estuve por esos parajes, el Arroyo del Bejarano, la Fuente del Elefante... Son los paisajes de mi niñez que luego revisité con mis amigos de Cántico. Somos poetas agrestes, somos de ciudad pero hay algo serrano en nosotros, hablo de esos bosques de castaños...

-¿Ve demasiado hormigón en la poesía actual?

-Sí, parece que han nacido todos en Massachusetts.

-¿Cómo influyó en su ánimo cambiar Córdoba por la Costa del Sol en la época en la que las extranjeras hacían de su sostén un sayo en la pacata sociedad de los 60?

-Fue como el que pasa de un noviciado o un cuartel a un isla espléndida en la que, entre comillas, está permitido casi todo. Málaga era en ese momento, como dijo Aleixandre, la ciudad del paraíso.

-¿Cierto tipo de modernidad se basa en denostar tradiciones como la Semana Santa?

-Hay gente cuya máxima aspiración es parecer un poeta moderno, pero a mí nunca me ha importado hacer todos los cánticos que me han parecido a la virgen o a cualquier santo, y siempre unido a la tradición andaluza de ver los santos como algo parecido ala poesía.

-Usted tiene a Góngora en su altar literario, pero ¿la España de hoy en día tiene más que ver con El buscón de Quevedo?

-Don Luis vivió también a trancas y barrancas, pendiente de la nobleza y de los validos del rey, esperando siempre que le dieran algo. Es horrible que una persona tan admirable tuviera que llevar una vida de pedigüeño.

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