Cultura

Más historias de fantasmas

  • Shangrila publica dos ensayos que suponen la mejor introducción a la obra de Didi-Huberman para aquellos que no estén familiarizados con ella

Esta doble colección de ensayos breves e intensos supone la mejor carta de presentación posible del filósofo Didi-Huberman para aquellos que no estén al tanto de su ya nutrida obra. Por lo menos se trata de una aventura intelectual y lúdica donde sus temas recurrentes, aquí orbitando alrededor del concepto y la experiencia de la aparición -de una imagen a la vez soberana y fugaz (autónoma pero al mismo tiempo anhelante de algo que la complete)-, encuentran un total acomodo y justificación en la forma de escritura, como si un libro completara al otro en una amalgama de presentimientos y recuerdos, subrayando esa heterodoxia, esa divagación libre y orgullosa de la que el pensador hace gala no sin asumir la alergia que en otros produce su rumiar asistemático: "Es hacer danzar los objetos del saber, ajustar su paso a un deseo que no es el de saberlo todo, mucho menos el del saber absoluto, sino también el del gai savoir". A esta gaya ciencia, a este tan censurado "mariposeo", Didi-Huberman se refiere al relacionar a Roger Caillois con Aby Warburg, aprovechando la connivencia del insecto metamórfico con la noción de imagen (imago es como se denomina a la larva que ha adquirido forma adulta tras abandonar la crisálida) para reclamarse apóstol de un conocimiento-falena que comparte la penetrante fragilidad del revoloteo de la mariposa, regocijante por un lado, condenado a una pronta desaparición por otro.

A la falena, paradigma del fulgor y la metamorfosis, le había antecedido en la reflexión del filósofo otro grupo de insectos, los fásmidos (etimológicamente relacionados con las nociones de "aparición", "visión", "fantasma"), dotados por la naturaleza para el camuflaje y la transformación, a los que descubriera en una reveladora visita al Jardin des Plantes de París. El hallazgo accidental de estos bichos sin pies ni cabeza y cuyo desarrollo vital ponía en juego las nociones de semejanza y desemejanza o de forma e informe, le permitió englobar bajo esta denominación a los abigarrados objetivos de una práctica pensante, apoyada en los paseos físicos e imaginarios propios del flâneur/voyeur, que perseguía cercar desde la fenomenología, la psicología y la arqueología esa generosa sacudida experimentada ante una aparición, ya sea en el terreno de la vida, ante una obra de arte reconocida o una fotografía amateur, un plano de cine palpitando en la retina, un olvidado texto místico o una indefinida y casual mancha como aquellas que fabricara Víctor Hugo al doblar una cuartilla manchada de tinta...; pequeñas cosas, en definitiva, que aparecen y que nos hablan de otras maneras de conocer y escribir.

Fasmas y Falenas se convierten así en una donación, en el efecto de añadir un grano de arena, una suerte de humilde coda, a la obra de esos intelectuales a los que Didi-Huberman admira por haber ensayado un verdadero saber crítico sobre las imágenes lejos del modelo histórico-teleológico dominante que siempre las despojó de toda la compleja densidad temporal que instauran con su presencia. Hablamos de Freud, Bataille, Benjamin, Eisenstein, y, sobre todo, Aby Warburg, quien en su último encierro psiquiátrico decidió dejar de hablar con los humanos para hacerlo sólo con las falenas, habiendo asumido, quizás, que la aparición era como un batir de alas, uno que "implica simetría, pero también presupone una hendidura". Y de la aproximación antropológica de Warburg, el francés retoma y prolonga la noción de superviviencia (Nachleben) como principal virtud y paradoja característica de la imagen, aquí, como en el particular ensamblaje de huellas inesperadas que constituyó el incompleto Atlas Mnemosyne del primero, visitadas en su potencial fantasmagórico y en su capacidad para devenir en objetos de obsesión, es decir, para retornar como síntoma anacrónico que destapa deseos, latencias, crisis, repeticiones y diferencias. La imagen, así pensada, instaura una heterogeneidad de tiempos que clama, antes que por un historiador del arte, por un aficionado enamorado de los fantasmas, un arqueólogo de las supervivencias, en palabras del francés.

Pero para escapar, de la mano de Warburg, de las evoluciones y las teleologías, es necesario relacionar la imaginación con el montaje, práctica en la que el cine no hizo sino confirmar esta descripción vital de las imágenes demostrando que al conectar los fragmentos no se trababa de ensamblar cosas sino de recopilar las "disyunciones entre las cosas", y que este proceder conllevaba un saber vertiginoso, al inyectar un movimiento en la historia de las imágenes, en la historia del arte. En estos libros, como en Ante el tiempo o La imagen superviviente, Didi-Huberman explora este saber-montaje, "mariposeando" entre algunas de sus magníficas obsesiones, ya sea el concepto de lo "figural", el inconsciente freudiano, los prodigios corporales de las histéricas de Charcot, los detalles de lienzos de Fra Angélico o Leonardo, la severidad perforadora de Claude Lanzmann y la espalda frágil del archivo "pese a todo" o la evolución de la grisalla desde el periodo romántico hasta el arte contemporáneo... Un incompleto muestrario, en definitiva, de enriquecedores vagabundajes entre la sabiduría y la fascinación.

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