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"Quien hable hoy de presos políticos en España no tiene ni puta idea"

  • El conocido intérprete participó esta semana en el ciclo 'Palabras mayores' de La Térmica de Málaga, donde brindó su análisis más personal del presente histórico y cultural

José Sacristán (Chinchón, 1937), el lunes en La Térmica.

José Sacristán (Chinchón, 1937), el lunes en La Térmica. / javier albiñana

Respira en su discurso José Sacristán (Chinchón, 1937) tanto amor por el presente como decepción, por no decir dolor, ante lo que considera el éxito de la ignorancia en cada vez más frentes. Conserva el actor, en cualquier caso, su gusto por la conversación fértil, cargada de intenciones: sus afirmaciones más rotundas, para las que hace gala de un despliegue más que notable de las posibilidades afectivas del lenguaje, vienen repletas de matices y tientos afilados, plenos de significado. Ayer, Sacristán, quien no necesita más presentación, hizo gala de esta querencia en La Térmica, donde mantuvo un encuentro con el público dentro del ciclo Palabras mayores guiado por Luis Alegre. Antes, atendió a Grupo Joly para esta entrevista.

-¿Responde la España de hoy de algún modo a sus expectativas?

-Ten en cuenta que las expectativas no eran precisamente halagüeñas cuando yo nací, en el 37. Ni lo fueron en el 40, ni mucho después. Desde entonces, ha habido determinadas conquistas que celebro, sin duda; pero también no pocos pasos hacia atrás que no sólo no celebro, sino que además condeno firmemente. Al final, la evidencia es que nadie es perfecto. Como sociedad, tenemos nuestras capacidades y las desarrollamos como podemos, con avances y retrocesos. No soy particularmente pesimista ni optimista sobre la situación actual de España.

-¿Lo difícil es mantener la esperanza puesta en las personas?

-Es que estos tiempos llaman a la responsabilidad. Así es como yo lo veo. Ha llegado la hora de que todos asumamos nuestras responsabilidades respecto a lo que no hayamos sido capaces de mejorar. Ya somos mayores de edad, así que hay que apechugar. ¿Qué pasa, que no funciona nada? ¿Que todo es un desastre? Pues entonces, cada uno debe asumir su parte de responsabilidad. Yo lo hago todos los días desde mi trabajo. Así que verás, lo difícil no es mantener la esperanza: lo difícil es encontrar inocentes. Lo difícil es tener que escuchar a gente hoy día hablando de presos políticos en España. Eso es muy duro. Quien dice que hoy hay presos políticos no tiene ni puta idea. Lo mismo podemos decir de quienes comparan la España actual con la del 37. Es cierto que todo está podrido de corrupción, de acuerdo. Pero estas comparaciones delatan la impaciencia del mal aprendiz. Todos vamos en el mismo barco, tenemos que remar juntos. De eso se trata.

-Habla usted de una mayoría de edad, pero hay una generación que no tenía la mayoría de edad en la Transición y que hoy ostenta el poder político, cultural y mediático. ¿Qué piensa del tono gris con el que aquel episodio parece dispuesto a pasar a la historia?

-¿Sabes cuál es el problema? La ignorancia. Se habla de esto sin saber, y pasa lo que pasa. Creo que buena parte de lo que se dice hoy sobre la Transición y eso que llaman el régimen del 78 es profundamente injusto. Lo que teníamos entonces era una relación muy desequilibrada de fuerzas y había que sacar de aquello el mejor resultado posible. ¿Que si teníamos miedo? Pues claro que teníamos miedo. Nos ha jodido, ¿quién tenía los tanques, acaso? Había que negociar, porque de lo contrario lo que nos esperaba la guerra. ¡La guerra, señores! ¡Otra vez! Por eso me duele tanto que algunos se dediquen sin más a despreciar aquello. Y que salga Gabriel Rufián, que cada vez se parece más a un representante de comercio arrimado a la política para vender su mercancía, a denunciar que hay presos políticos en España. Si hoy hay presos políticos en España, yo soy Sor Juana Inés de la Cruz.

-¿Podemos hacer un correlato entre el discurso histórico y el cinematográfico respecto a la idea de que el cine anterior a la Transición no valía una higa?

-En lo que se refiere al cine, las variantes entre el entonces y el ahora no son, en mi opinión, muy dignas de tener en cuenta. Las diferencias no son de calado. Tengo la suerte de trabajar con directores y con actores jóvenes y puedo decir que, a la hora de hacer una película, se da una constante permanente: meterse en esto ha sido siempre, y lo es todavía, un acto de amor. Uno decide implicarse en este oficio porque lo ama, en todas las épocas y en todas partes. De modo que con esto del cine estoy más conciliador. Me llevo bien con los cineastas jóvenes, y eso es un privilegio. Es evidente que hay diferencias, por supuesto. Los procedimientos a la hora de hacer cine y de distribuirlo han cambiado muchísimo. Pero el movimiento se demuestra aún andando. Es la única forma. Lo sigue siendo.

-¿Y el futuro? ¿Confía usted, a tenor de su experiencia con esos jóvenes cineastas, en un cine español que llegue a estar sostenido en una industria sólida, con el público de su parte?

-Eso del futuro son palabras mayores, especialmente porque el medio ha experimentado una transformación radical. Antes hacías una película y, como en cualquier negocio, la vendías. Ahora, quienes se dedican a contar historias a través de lo que al fin y al cabo siguen siendo películas, trabajan en el audiovisual. Y ahí te encuentras con que ese trabajo ya no va dirigido a las productoras, sino a una nube de plataformas en las que muchas películas que terminan de hacerse con mucho esfuerzo ni siquiera se estrenan en los cines y terminan perdidas en el limbo. Lo que espero del futuro es que quien haga una película tenga la oportunidad de mostrarla.

-Pero tampoco en los años 60 el cine español contaba de antemano con el beneplácito del público.

-Depende. Yo empecé en el 65 con La familia y uno más, donde hice una escena. Y después firmé con Pedro Masó por cuatro películas más. Así de fácil. Entonces, ser actor era como ser sastre. Te llamaban de las productoras a trabajar, e ibas. Y ya está. Pero había que ser tonto para no hacer una cantidad determinada de películas. Pedro Lazaga dirigía fácilmente seis películas al año. Aunque sí es verdad que era más fácil ganarse al público. La televisión era una competencia menor por aquel entonces.

-Su idilio con la televisión, por cierto, se mantiene álgido. ¿Se siente usted igual de actor en ella que en el cine o el teatro?

-Por supuesto. No hay diferencias. Se trata de hacerlo bien siempre.

-¿Y sabe usted ya cómo se hace?

-Aquí, el aprendizaje es permanente. Por eso me gusta mucho trabajar con gente joven, aprendo mucho de ellos. Lo que no sirve de nada es lamentarse de los errores pasados. Es mejor aprender.

-En cuanto al teatro, hizo usted un Julio César en el 64.

-En aquella función hacía siete papeles. Y me pagaban treinta duros.

-Y no ha vuelto a interpretar a Shakespeare desde entonces. ¿No lo echa de menos?

-No. A estas alturas, ya no. Verás, si te dijera que cuando empecé en esto quería parecerme a Marlon Brando o a Orson Welles te mentiría. Yo quería parecerme a James Stewart. El bazar de las sorpresas, El hombre de Laramie, Colorado Jim... Joder, ésas sí que eran películas. Las ofertas han llegado como han llegado, a su manera. Se ha dado todo así, no de otra forma. Pues bien está. No me quejo.

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