Cultura

El flamenco canta luto con la muerte de Antonio de Canillas

  • El conocido como padre de la saeta malagueña falleció a los 88 años tras padecer un cáncer

Cantaor, saetero, maestro flamenco... Una institución en sí de la copla popular. Antonio Jiménez González, más conocido como Antonio de Canillas, apagó su voz en la mañana de ayer en su domicilio, en el barrio de El Molinillo, a los 88 años a causa de un cáncer que le apartó de la vida pública en los últimos días. Nacido en Canillas de Aceituno en 1929, el veterano cantaor ha sido considerado como padre de la saeta malagueña. A principios de los años 50 revolucionó el género al introducir un martinete sin pausa al terminar la seguiriya, sin respirar, e implantar así un estilo que se repite cada Semana Santa delante de los tronos. Su curiosidad le llevó a escuchar a sus antecesores en el arte musical, y aseguró que compartir escena con Manolo Caracol, Perlita de Huelva o Antonio Mairena era una vía de conocimiento: "Yo he aprendido de todos, porque un compañero para mí es como un hermano".

Antonio de Canillas comenzó a cantar para sus compañeros durante los ratos libres del servicio militar en Melilla. Al regresar a la Axarquía trabajó en la carbonería que en su localidad natal mantenía su abuelo, compaginando esta labor con el cante. Desde entonces, con épocas de trabajo intenso y otras de mayor precariedad, su voz fue su gran baluarte para actuar en escenarios como los del circo Imperial, de Ángel Cristo padre, a sus viajes al extranjero para exportar la misa flamenca a lugares como Austria, Suiza o Filipinas. Esta iniciativa, nacida a inicios de los años setenta del siglo XX, nació en la plaza de la Constitución, como indica Gonzalo Rojo, biógrafo del cantaor: "allí tratamos sobre los cantes que podrían hacerse, de la adecuación de los textos de la misa a la métrica de estos cantes, etc...".

Su amor por el flamenco le llevó por diversos concursos, como el Concurso Nacional de Saetas Ciudad de Málaga, con origen en 1948, o el de Cante de las Minas de La Unión, alzándose con el premio Lámpara Minera en 1996 y la Saeta de Oro en Sevilla. En 2016 nació en Canillas de Aceituno el certamen que lleva su nombre y que se celebra cada verano. Además, el XXXIX festival de flamenco de Ardales, celebrado en 2017, se dedicó a homenajear su figura.

En su vis cofrade, Antonio de Canillas participó en el pregón de la Semana Santa de 2017, pronunciado por el comunicador Francisco Javier Jurado Coco, con una saeta cantada en directo en el interior del Teatro Cervantes y dedicada al Cautivo. Histórica era su presencia en diversos balcones del centro histórico, especialmente en las salidas del Huerto desde la plaza de los Mártires, ante Jesús El Rico, la Virgen de la Piedad o con la archicofradía de Pasión. Cada Viernes Santo acudía a la localidad de Campillos para mostrar su arte en la procesión de la hermandad del Santo Entierro.

Dentro de los homenajes recibidos, la Diputación de Málaga entregó al cantaor una estatuilla en el marco de la V Bienal de Flamenco en 2017 como reconocimiento a su larga trayectoria. Hijo Predilecto de su localidad natal, donde cuenta desde el año 2009 con un monumento, se encontraba en proceso de ser nombrado Hijo Adoptivo de Málaga. Los trámites para la concesión de esta distinción habían avanzado hasta el mes de febrero y la concejala de Fiestas, Teresa Porras, anunció ayer que se aprobará en el próximo pleno del Ayuntamiento, aunque deba ser a título póstumo.

Antonio de Canillas será velado en el cementerio de San Gabriel hasta las 11:00 horas de hoy, cuando sus restos se trasladarán a Canillas de Aceituno, donde se le dará sepultura. La localidad ha decretado tres días de luto oficial tras su fallecimiento. "Los flamencos no se retiran, se los lleva Dios", llegó a asegurar el maestro Antonio de Canillas en una entrevista. Con 88 años cumplidos no dejó las tablas, los balcones ni las saetas a pie de calle hasta que su salud se lo impidió. Vivió en El Molinillo su última Semana Santa, frente a la casa hermandad de Piedad, a cuya salida asistía cada año, bien desde las aceras o tras la ventana. Su vida terminó un Martes de Pascua, donde el quejío de su cante debía ser, por la época, de gloria. Su voz, sin embargo, permanece y es eterna.

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