dulce pontes. cantante y compositora

"Los lazos culturales que unen a España y Portugal son una cuestión de minorías"

  • La artista portuguesa presentará su último disco, 'Peregrinaçao', el próximo sábado en el Teatro Cervantes con una banda en la que figura el guitarrista malagueño Daniel Casares

Dulce Pontes (Montijo, 1969), en una imagen reciente.

Dulce Pontes (Montijo, 1969), en una imagen reciente. / juan carlos hidalgo / efe

Atiende al teléfono Dulce Pontes (Montijo, 1969) con su habitual buen humor . A través de obras como Caminhos (1966), O primeiro canto (1999) y O coraçao tem tres portas (2006) ella es, por derecho, la gran renovadora de la música popular portuguesa mucho más allá del fado, en virtud de un crisol donde caben también otras formas del folklore portugués y músicas de las más diversas latitudes. En su último álbum, Peregrinaçao, pone versos al Concierto de Aranjuez de Rodrigo y reúne clásicos diversos al abrigo de las lenguas portuguesa y española (con un guiño nada desdeñable al galaico-portugués medieval), desde Grândola Vila Morena a Alfonsina y el mar pasando por La leyenda del tiempo. Este sábado 1 de julio a las 20:00 lo presentará en el Teatro Cervantes, dentro del Terral, con un grupo de siete músicos entre los que se encuentra el guitarrista flamenco malagueño Daniel Casares.

-Este Peregrinaçao llega ocho años después de su anterior disco, Momentos. ¿Tenía claro desde el principio que un proyecto así iba a llevarle tanto tiempo?

Nunca me he proyectado hacia el futuro. Las cosas importantes ocurren a corto y medio plazo"

-En realidad pudo haberme llevado bastante menos tiempo si no hubiera hecho tantas giras. Pero siempre tiendo a dar prioridad a los conciertos. Lo bueno es que algunas de las veintidós canciones del disco las vengo interpretando en directo desde 2005, así que he tenido ocasión de experimentar con ellas ampliamente antes de grabarlas. No puedo remediarlo, cuando salgo de gira con un proyecto estoy pensando ya en otras cosas y las canciones que tengo que presentar se me hacen ya demasiado familiares.

-¿La principal peregrinación, entonces, es la que le ha llevado por distintos derroteros hasta concretar su búsqueda en el álbum?

-Por una parte sí. He ido decidiendo el repertorio a lo largo de estos años a tenor de lo que me aconsejaban la familia y los amigos. Se ha trazado a sí mismo, fue ganando vida propia hasta que recabé material suficiente como para grabar cuatro discos, de modo que en su momento decidí parar la búsqueda y empezar a seleccionar y consolidar lo que había encontrado. Si de primeras me hubiera propuesto grabar un disco entero con canciones en español, no había llegado a hacerlo. Como mucho habría escogido tres o cuatro canciones. Pero al ir trabajando así, sin prisa, vislumbré la posibilidad de hacer de Peregrinaçao un álbum doble, con un disco grabado en portugués y otro en español. Por otra parte, quería que toda esta música recreara un itinerario espiritual concreto, el mío propio. Un camino de conocimiento que se va haciendo poco a poco, que comienza con una transmutación del alma, sigue con una superación y culmina con una plenitud. El disco funciona como un diario de este viaje.

-Ese itinerario parece evocar a Pessoa, a cuyo O Infante puso usted música y del que ahora canta también Nevoeiro. ¿Se reconoce en esa peregrinación espiritual ajena a los dioses?

-En realidad no. A ver, siento una conexión enorme con Pessoa desde mi adolescencia, cuando su poesía no era todavía de lectura obligada en el instituto. Pero Pessoa es como un laberinto, puede leerse de muchas formas distintas, gracias en parte a sus heterónimos. En realidad, no hay un paralelismo espiritual entre Pessoa y yo. Yo no soy religiosa pero tampoco soy atea, tengo a Jesús como uno de mis principales maestros y siento una especial fascinación por María. Creo en Dios como figura creadora, no castigadora. Pero no soy católica. Es mi forma de sentir. Supongo que esto de las religiones también funciona como una especie de laberinto.

-En una orilla distinta, ¿hay alguna intención revolucionaria en su decisión de grabar ahora Grândola Vila Morena, de José Afonso?

-No. He cantado siempre esta canción, desde hace muchos años, con muchísimo respeto. Y tenía la impresión de que en Portugal se empezaba a bromear sobre Grândola alegremente, cuando en mi opinión no es en absoluto cosa de broma. Te podría hablar de mi itinerario político como del espiritual: no soy de ningún partido, entre otras razones porque prefiero las cosas enteras. Cuando estalló la Revolución de los Claveles yo era aún una niña, así que no tengo criterios para juzgar cómo era la vida antes y cómo empezó a ser después; pero hay una memoria muy profunda de lo que supuso en Portugal. Así que mi intención no era tanto llamar a otra revolución como dejar Grândola en un lugar concreto de la memoria infinita.

-Aunque de manera todavía discreta, las voces que invitan a reforzar los lazos culturales que comparten España y Portugal, así como sus respectivas lenguas, son cada vez más. Sin entrar en utopías como el iberismo, ¿es Peregrinaçao un argumento a favor de este refuerzo?

-Sí, claro. Lo que pasa es que esos lazos, tanto en España como en Portugal, son una cuestión importante únicamente para una minoría que se interesa por la cultura del otro país. La gran mayoría vive inmersa en un proceso por el que todo se promociona cada vez con más ruido y se consume al instante, sin tiempo para cultivar un gusto particular, sin ocasión para la reflexión. En este modelo de consumo no se puede elegir, tan sólo cabe dejarse llevar. Lo curioso es que sea un mecanismo tan idóneo para la propia búsqueda como la digitalización el que haya acelerado este proceso de mercantilización. Entonces, puede haber quien piense que un cantante portugués que triunfa en Eurovisión es representativo de la música portuguesa, pero esto no es así: la música portuguesa es más diversa y rica, más allá también del fado.

-¿Su versión de La leyenda del tiempo es una declaración de amor al flamenco?

-Bueno, es que yo no diría que La leyenda del tiempo es flamenco.

-¿No?

-No, justo por eso me atreví a grabarla. Me identifico mucho con el poema, es magnífico. Y por supuesto que amo el flamenco, como el jazz, pero esta canción es otra cosa. Yo quería hacer una versión con guitarras eléctricas y con batería, como la original. E invité a que tocara la batería mi hijo José, que estudia percusión en el conservatorio y que entonces tenía trece años. Él no había escuchado la de Camarón y yo le pasé una grabación únicamente con mi voz y un bordón. Así que la batería que suena en el tema es una creación suya. Después, cuando escuchó su grabación, me dijo mil veces que quería cambiarla, y yo sólo podía pensar en cuánto se parece a mí.

-Sin embargo, en su versión también toca un flamenco, el malagueño Daniel Casares, que estará con usted en el Cervantes.

-¡A Dani le encantó la batería de José cuando la escuchó por primera vez! No es sólo un guitarrista increíble, un animal musical; es un ser humano humilde y excepcional, muy inspirador. Cada vez que tocamos juntos nos surgen un montón de ideas.

-En estos treinta años de música, ¿ha llegado a ser la Dulce Pontes que quería ser cuando empezó?

-La verdad, nunca me he proyectado hacia el futuro. De niña quería ser bailarina y de adolescente, escritora. Nunca quise ser cantante. No alcanzo a proyectar lo que deseo; más bien, proyecto lo que no persigo. Las cosas importantes se revelan a corto y medio plazo. Y son otros los que nos las revelan.

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