Cultura

El club de los perdedores

Pese a las apariencias y a su reparto animalario, Gente de mala calidad no es otro episodio piloto de una serie de televisión de Tele 5 o Cuatro. Efectivamente, la tipología de personajes y sus intérpretes (San Juan, Tejero, Molero, etc.) les resultarán familiares al espectador que pasa las noches frente al televisor. Efectivamente, la mecánica de la réplica ajustada y la estructura cerrada a cal y canto bien pudieran equipararse a las de cualquier episodio de Siete vidas o Cuestión de sexo. Sin embargo, aún en su condición de producto que debe buena parte de su existencia a las mecánicas e inercias del audiovisual ibérico, Gente de mala calidad parece rescribir con cierto respeto las maneras del esperpento nacional como molde para la deformación de la realidad en su trazado (anti)cómico de una peripatética galería de personajes a cada cual más miserable, mezquino y autoengañado en su fracaso existencial.

Cavestany, guionista de la interesante Los lobos de Washington y co-director de la lamentable El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo, pone su ojo en el tono disfuncional de cierta comedia independiente norteamericana (piensen en Alexander Payne y sus A propósito de Schmidt o Entre copas) y como resultado del cruce su película condensa (tal vez con excesivos caprichos) un panorama grotesco en el que las miserias cotidianas van dando su peor cara entre escenas quijotescas y situaciones apretadas por la tuerca de un guionista con tanta capacidad de observación como poca condescendencia realista con sus antihéroes de barrio.

Crónica del fracaso anunciado de una pandilla de amigos de la infancia llegados a la cuarentena, la cinta apunta sus dardos a la mediocridad de esa clase media que guarda sus miserias de puertas para adentro para mantener unas inútiles apariencias como método de supervivencia. Si el reflejo, aunque deformado por el humor negro, devuelve una imagen reconocible y amarga que congela la sonrisa, no es menos cierto que las formas para dibujarla abusan de un cierto subrayado que tiene más de técnica de dramaturgia extrema que de auténtica sociología callejera.

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