La comedia española contemporánea parece definitivamente abocada a copiar modelos televisivos como única garantía para su subsistencia a falta de otros referentes o de un poco de memoria histórica sobre mejores tradiciones locales. Modelos narrativos y temáticos, de puesta en escena, de interpretación, de casting, de construcción de diálogos, de ambientación y decorados, de vestuario, de música de acompañamiento incluso, que saltan de la pequeña a la gran pantalla sin solución de continuidad y con billete de regreso.

Fuera de carta es la última muestra (La Torre de Suso fue la penúltima). La película viene avalada por Antena 3 y su responsable, Nacho G. Velilla, ha sido guionista y realizador de series de éxito como Médico de familia, Siete vidas, Aída o Gominolas. Con semejantes credenciales podrán imaginarse la dinámica del asunto en su versión largometraje: estructura argumental de fórmula, milimetrada y previsible; decorados de diseño Ikea; puesta en escena e iluminación meramente funcionales, o sea, como en la tele; estereotipos cómicos perfilados hasta la náusea, trazados, eso sí, desde la plural corrección política que requieren los tiempos; diálogos y réplicas que se quieren veloces e ingeniosos; actores conocidos (de bagaje televisivo), convenientemente encasillados y liberados para el exceso (Cámara y Tejero, intercambiables, cuestión de gustos), etcétera, etcétera. Y si tan sólo fuera un problema de mecánica…

Fuera de carta juega torpemente al enredo de puertas y armarios, a una renovada aunque igualmente rancia batalla de los sexos, al malentendido y al sainete urbano posmoderno, multicultural y tolerante (a propósito de la homosexualidad principalmente) con tan poca sutileza como aquellas denostadas comedias de pelo en pecho, abusando del chiste zafio, de la brocha gorda, de los tics mascados y, lo que es peor, introduciendo una imperdonable deriva sentimentaloide que la empuja al peligroso terreno de la moraleja. Es cuestión de hacer zapping.