antonio lópez. artista

"En el arte, como en el amor, la habitación es lo de menos"

  • El pintor y escultor participará mañana en el Museo Picasso de Málaga en el seminario 'El estudio del artista. Laboratorios del siglo XX'

Atiende al teléfono Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) en su estudio madrileño pocas horas después de haber presentado en el Museo Thyssen-Bornemisza su primer libro de artista, Cuerpos y flores. Preguntado al respecto, el pintor y escultor se muestra agradecido por la recepción de la obra, con su bonhomía de siempre, pero deja notar su fatiga: "Entre la presentación, la prensa y el almuerzo de después han sido muchas horas", apunta, al mismo tiempo que expresa su satisfacción por encontrarse ya en la complicidad doméstica del estudio. Respecto a Cuerpos y flores, López alaba el precioso acabado de la edición sin arrogarse méritos y sin vender su libro: "Hombre, entiendo que esto interesará a quien le guste este tipo de pintura. Y a quien pueda pagárselo, claro" (el volumen, publicado con una tirada de 2.998 ejemplares, ha salido al mercado a un precio de 4.500 euros).

Pero el motivo primero de la llamada tiene más que ver con otro asunto: la participación de Antonio López, maestro del realismo español del último medio siglo (y vinculado habitualmente al hiperrealismo, aunque el creador, con tal de poner distancia entre su trabajo y la corriente estadounidense así llamada, prefiere dejarlo en arte figurativo), en el seminario El estudio del artista. Laboratorios del siglo XXI, que se celebrará mañana y el jueves en el Museo Picasso de Málaga junto a otros artistas como Juan Uslé y Guillermo Pérez Villalta, además de profesores como Elisabetta Orsini y Luis Puelles y el propio director del museo, José Lebrero, entre otros ponentes.

"Le doy al estudio la misma importancia que a la nevera. Lo interesante es lo que sucede en su interior"

La propuesta servirá de colofón a la exposición Bacon, Freud y la Escuela de Londres, ya clausurada y visitada en el mismo Museo Picasso por más de 110.000 personas. Precisamente, los pintores vinculados a la Escuela de Londres contribuyeron a hacer de sus estudios verdaderos objetos de deseo al recrearlos a menudo en sus obras y al consagrarlos como contexto indispensable en el que la libertad del artista sucede; pero Antonio López, cuya intervención en el seminario tendrá lugar mañana a las 20:00, mantiene una actitud más bien senequista: para él lo importante no es la casa, sino el huésped. O, más bien, el trabajo que desempeña.

-Pero no me negará que el estudio, como ámbito íntimo de creación artística, reviste un interés especial. Al menos para muchos.

-¿Tú crees? ¿En serio te parece que el estudio de un artista es algo tan interesante? Porque yo, la verdad, no lo tengo nada claro.

-Entiendo que el mito del creador, reforzado en la posmodernidad, ha contribuido a subrayar el romanticismo en torno al estudio. Existe un morbo por ver al genio en su ambiente más secreto.

-Pero mira a Pissarro, por ejemplo. Él pintaba la naturaleza. No era como Giacometti, que estaba siempre metido en el estudio. Para Pissarro el estudio era el aire libre, el campo, su entorno. En su caso, ese espacio íntimo no existía, estaba al descubierto. A ver, lo primero que hay que decir es que todos los pintores, en el pasado y en el presente, han pintado donde han podido. Y en esto influyen muchas cuestiones, económicas pero también artísticas. En mi caso, yo siempre prolongo el estudio hacia donde me lleva el tema. Si tengo que subirme a una torre, me subo. Si tengo que pintar una escena nocturna, trabajo de noche en la calle. Si tengo que pintar un amanecer, madrugo y busco el mejor sitio posible para atrapar el momento. Es verdad que luego hay determinadas tareas que hago únicamente en el estudio, pero el tema es el que decide. El estudio es lo de menos.

-¿Definiría entonces su estudio, simplemente, como un lugar de trabajo? ¿Como una oficina?

-Sí, como un lugar donde se trabaja. Eso es. Cada uno tiene un sitio donde desempeña su tarea, el maestro en la escuela, el cirujano en el hospital. Y el artista en el estudio. Aunque luego lleve el estudio consigo para hacer su trabajo. No hay más misterios. El misterio es lo que realiza el artista.

-¿Alguna vez se ha sentido un extraño en su estudio, como si de repente se viese metido en el espacio de otro artista?

-No, nunca me he sentido incómodo, ni extraño. El estudio me ha parecido siempre un lugar acogedor, donde estoy a gusto. Y eso que durante no pocos años, en mi juventud, pintaba donde podía, en habitaciones compartidas, en la cocina, en la casa de algún compañero. Pero era muy bonito. Ahora tengo dos estudios, mi situación económica es distinta, claro. Pero, ¿sabes?, me siguen pareciendo igual de acogedores. Para mí no hay diferencias, es lo mismo.

-Usted empieza la jornada bien temprano cada mañana, pero dado que trabaja dentro y fuera del estudio imagino que la rutina cambiará en función de cada proyecto. ¿Hay algún hábito, sin embargo, que haya perdido o adquirido en los últimos años?

-Sí, la música. Antes escuchaba música siempre, cada vez que entraba en el estudio y me ponía a trabajar. Ahora no, ahora ya no pongo la radio. No tengo distracciones, llego y me pongo a lo mío sin más añadidos. No necesito más estímulos que la propia obra, ahí está todo. Es normal, claro, que un artista que mantenga una rutina más fija, más continua, sin moverse del sitio, tenga más hábitos y más estímulos en su estudio. Como el mismo Giacometti. Yo, la verdad, preferiría tener esa rutina, trabajar siempre igual, no tener que desplazarme tanto. Pero el tema es el que manda, por eso en cada obra el proceso es distinto. Tengo que adaptarme al tema siempre, como supongo que Lucian Freud tenía que adaptarse a cada uno de sus modelos.

-En una entrevista anterior, hace ya algunos años, me hablaba de que el realismo, o la figuración, entraña siempre cierta frustración: como artista intenta aproximarse con la mayor fidelidad al mundo visible, pero éste parece ir siempre por delante. En El sol del membrillo quedó bien explícito este proceso, pero ¿ha hecho usted ya las paces con el pintor llamado Antonio López, ése que se queda a mitad de camino?

-Sí, bueno, es que en realidad es muy difícil saber hasta dónde vas a llegar. Después, cuando terminas el trabajo, unas veces estás más satisfecho y otras no tanto. Eso no ha cambiado. Lo que sí te digo, con toda la certeza, es que a día de hoy me llevo muy bien con mi trabajo. Me gusta mucho hacerlo. Imagino que los pintores que sufren problemas graves con su oficio, que se sienten en una especie de callejón sin salida y tienen la impresión de estar fuera de sitio, terminan dedicándose profesionalmente a dar clases o a cualquier otra cosa. Pero yo nunca he pasado por eso, y la verdad es que actualmente mi relación con el trabajo es muy gratificante. Yo soy de la opinión de que cualquiera, formándose, dedicándole el tiempo necesario y con paciencia, puede pintar, y pintar bien. Pero a lo mejor cuando llevas cinco años pintando empiezas a desilusionarte y a ver dificultades por todas partes, hasta que lo dejas. Muchos pintores se han malogrado así. En mi promoción de Bellas Artes éramos 45, y sólo siete u ocho hemos seguido dedicándonos a esto.

-¿La perseverancia es entonces más importante que la inspiración, como vino a decir Picasso?

-Lo importante es el trabajo, no donde se lleva a cabo. Al estudio le doy la misma importancia que a la nevera. Todos los estudios son muy parecidos entre sí. Lo distinto es lo que pasa dentro. Da igual que sean grandes artistas o que sean menos reconocidos, el trabajo de cada artista es siempre único, y eso es lo que cuenta. Con el arte sucede un poco como con las relaciones amorosas: la habitación es lo de menos.

-¿Le han dado siempre la pintura y la escultura lo que buscaba, o alguna vez ha echado de menos otras herramientas para representar el mundo?

-Sí, sí que me ha pasado, claro. A veces tienes cierta sensación de inutilidad, de que lo que haces no sirve para nada, o de que no lo haces bien. Pones todo tu empeño en una obra y lo habitual es que admitas que podías haberlo hecho mucho mejor. Pero ¿sabes?, lo importante no es que tu trabajo te parezca mejor o peor. Lo verdaderamente importante es hasta dónde estás dispuesto a seguir trabajando. Y si reparamos en los grandes artistas de la historia, claro, podemos decir que todos fueron unos genios; pero lo que todos compartieron, lo que los hizo realmente grandes, fue que siguieron trabajando incluso cuando estaban convencidos de que no valía la pena, de que no eran buenos en lo suyo. Françoise Gilot contaba de Picasso que había días en los que se quedaba en la cama, no quería levantarse porque se sentía un mal pintor. Esos días estaba tan avergonzado que ni siquiera se sentía digno de empezar la jornada. Giacometti se lamentaba todos y cada uno de los días de que no lo hacía bien, de que buscaba y no llegaba, de que sus obras no eran buenas. Pero, ¿sabes cuál es la diferencia entre Giacometti y muchos que lo dejaron? Pues, sencillamente, que él no lo dejó. Que, aunque se viese a sí mismo como un mal escultor, cada día se metía en su estudio y trabajaba. Se lamentaba por lo que hacía, sí. Pero después volvía a hacerlo siempre.

-¿Se ha planteado alguna vez renunciar y dejarlo del todo? ¿Quiero decir, seriamente?

-Pues no. Cada día siento la necesidad de volver a hacer esto. A lo largo de mi vida he probado a hacer otras cosas, pero nunca he encontrado que me gustara más. Pintar mejora mi vida, en todos los aspectos. Me hace feliz, eso es. Así que no, por más que la edad no perdone, no tengo de momento ninguna intención de dejarlo. Aunque quién sabe, si alguna vez encontrara otra tarea que me gustara tanto o más que pintar, que me aportara la misma felicidad, no tendría problema en ponerme a ello. En tal caso, no te preocupes que te lo contaré enseguida.

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