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La animada vía hacia la realidad

Director Ari Folman. Cameo.

De la Shoah de Lanzmann, de su perforación del presente ante la sospecha de que toda reconstrucción del pasado es un monumento para el olvido, nace lo más crucial del cine contemporáneo. Aunque la senda abierta sea estrecha y, como apuntara el filósofo Zizek, actúe de superyo en cada intentona ficticia de sacarle punta al tema del exterminio judío, su mucho más flexible testamento ético ha dado que pensar a creadores y consumidores de imágenes. Folman, desde una posición híbrida y esencialmente impura -una productiva dialéctica entre la libertad de la animación y las servidumbres del registro documental- también se pregunta por el pasado, por el suyo y por el de su nación, la israelí, que en 1982, en la primera guerra del Líbano, fuera fuertemente sacudido. La connivencia del país y el ejército -en el que se encontraba el cineasta con apenas 19 años- con Bashir Gemayel, el inmoral mirar a otro sitio mientras se produjeron las matanzas de refugiados palestinos en Sabra y Shatila, generó el agujero de la memoria al que Folman pretende asomarse desde el presente acuciado por las fantasmagorías. Bajo esta premisa nace un filme en cierta medida detectivesco, que se ejecuta como exorcismo de memoria personal y colectiva, en busca de una revelación que actualice lo que en los recuerdos de Folman y sus compañeros de aventura militar yace en una virtualidad onírica, de pesadilla traumática. La animación es la encargada de dar densidad y ambigüedad al gesto de mirar atrás, donde las imágenes pregnantes claman por un anclaje que impida la deriva surrealista de lo acontecido: en esa delgada línea que separa lo vivido de lo soñado o imaginado encuentra sitio un filme que dibuja ese pasado que no puede mostrar al tiempo que deposita en la palabra, en el careo, la fe en un advenimiento del sentido (ése que debe hacer testigos de los protagonistas, no soñadores o víctimas partidarias del silencio ante el horror). Ahí es donde el vínculo con Lanzmann se fortalece.

El paulatino proceso de fijación de la nebulosa pretérita va introduciendo realismo en la representación animada hasta llegar al contraplano que pone en perspectiva toda la persecución llevada a cabo: donde cesan dibujo y música se aparece el trozo de real, el que más nos acerca a cómo pudo ser la matanza (la asíntota que nos da a ver, oír y, gracias a la sinestesia que a veces genera el registro, oler el acontecimiento velado). Folman se posiciona lo más cerca que puede del abismo irrepresentable, en una secuencia de resaca bélica, de acumulación de cadáveres y gritos desgarrados. Un nuevo abrazo de Lumière a Méliès que más que potenciar afectos, como Morin veía en el cine institucionalizado, pretende excitar el pensamiento, pues la coda documental son las imágenes nunca y mil veces vistas, el siempre-presente del conflicto que parpadea en nuestras televisiones.

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