Crítica de Cine

Viola Davis se come a un Washington verborrágico

Denzel Washington y Viola Davis compiten por el Oscar por su trabajo en esta película.

Denzel Washington y Viola Davis compiten por el Oscar por su trabajo en esta película. / d. s.

Padre blanco y madre negra. Infancia pobre. Víctima del racismo. Soldado, portero, cocinero, friegaplatos, jardinero y otros muchos modestos oficios. Autodidacta. Influido por Malcolm X. Convertido al islamismo y próximo al lunático movimiento Nación Islámica. En 1976 debutó en el teatro profesional desarrollando una carrera de éxitos, premios y distinciones públicas logradas tal vez más por su valor testimonial que por su calidad. Es August Wilson (1945-2005). Su Ciclo de Pittsburgh está formado por diez obras que representan las condiciones de vida de los negros americanos a lo largo del siglo XX, a década por obra. Fences es la sexta y se desarrolla en los años 50. Estrenada en 1987 con James Earl Jones y Mary Alice en los papeles protagonistas, obtuvo el Pulitzer y el Tony a la mejor obra dramática (además de otros tres Tony a los intérpretes y el director). Se repuso en 2010 con Denzel Washington y Viola Davis como intérpretes, ganando ambos el Tony a la mejor interpretación. Esta versión, con ellos como intérpretes, es la que Denzel Washington, convertido también en productor y director, ha llevado al cine con respeto reverencial al original. Es decir, teatro filmado.

Un gran director logra conciliar sus intereses creativos y el respeto a la obra teatral, mientras que uno artesanal hará esa pulcra transcripción a la que se suele llamar teatro filmado. En este caso estamos. Washington calca la obra casi sin tocarla. Lo que quiere decir que somete los recursos del cine a los del teatro. Mantiene los larguísimos y un punto efectistas parlamentos propios del teatro más tradicional (la obra es muy conservadora en este sentido, como la mayor parte del teatro de denuncia social) hasta extremos agotadores en su trasvase del escenario a la pantalla. ¡Cuánto habla esta criatura, por Dios! Y ni siquiera se le puede aplaudir, como en el teatro, para que se calle un rato. Un cierto aroma a técnica teatral tradicional, a oficio, a retórica de impacto y éxito seguro lastra esta correcta, sobrevalorada y pesada película.

Todo tiene un avejentado aire a lo Tennesee Williams o Arthur Miller, con los que el tiempo ha sido despiadado. El basurero amargado por un pasado deportivo truncado, el amigo bonachón y comprensivo, la mujer sacrificada, el hermano lunático, los hijos acosados por el padre fracasado, y todos con su propio parlamento efectista, es algo que huele más a oficio que a genio, más a habilidad que a talento. Esto es imputable a August Wilson. Pero someterse por completo a esa mecánica teatral es responsabilidad de Denzel Washington. Su interpretación es buena, aunque excesiva, pero le supera por mucho la más lacónica Viola Davis. Tiene muchas menos líneas de texto -lo que en realidad le beneficia-, pero un rostro y una mirada, y aquí interviene la fuerza del primer plano, es decir, del cine, que dicen mucho más que los interminables parlamentos de su marido. Ella es la razón de ser de esta película (que tiene un final horroroso y cursi, por cierto).

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