Cultura

Turismo carnívoro

Agotada ya la fórmula del terror de interior, bosque, cabaña y grupo juvenil acosado, el miedo y el slasher viajan ahora en vuelos baratos o en Inter-Rail para desplazarse a la vieja y achacosa Europa del Este (ahí están las dos entregas de Hostel, Abandoned, Desmebrados y Ellos para comprobarlo) o a una Suramérica salvaje y hostil de ritos, extorsión o maldiciones ancestrales (véase la no menos reciente Turistas). En cualquier caso, el hombre blanco americano no está a salvo fuera de casa.

Las ruinas bien podría ser el filme que hundiera las campañas promocionales para visitar la Riviera Maya con pulsera de todo-incluido. Estamos, sin embargo, dentro de los márgenes del cine de género. Lo que no impide, empero, que podamos extraer determinadas lecturas ideológicas sobre la seguridad del hogar y el mundo exterior visto como una amenaza constante e ingobernable.

Si este discurso late en el fondo estas películas con un claro afán exploitation, Las ruinas mantiene al menos una cierta dignidad cinematográfica al situar su premisa dentro de unos parámetros de contención y credibilidad. Nuestros jóvenes y guapos turistas se adentran en la selva maya cargados de sus prejuicios ("cuatro turistas norteamericanos no desaparecen así como así", le oímos decir a uno de ellos), y salen de ella bañados en sangre o devorados por plantas carnívoras.

Por el camino, una insospechada calma chicha a plena luz del día (fotografíada por el prestigioso Darius Khondji) ha protagonizado más metraje del previsible en un loable intento de hacer palpar el tiempo que sigue al horror más allá de la fórmula y el cliché de la oscuridad y los sustos. No es menos cierto que la sugestión de lo oculto acaba por ceder su sitio a lo explícito de la carne abierta. Entre estos dos polos, Las ruinas nos recuerda que el terror son siempre los otros, habita en lo desconocido y su ciclo no tiene fin.

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