Cultura

Solitarias golondrinas

Ha querido la casualidad hacer coincidir la edición en DVD de Wichita de Jacques Tourneur y el estreno de Appaloosa de Ed Harris. Tourneur, tras ser infravalorado durante décadas, es reconocido hoy como uno de los más grandes estilistas de los géneros clásicos. En Wichita, como hizo con el terror con La mujer pantera, con el cine negro con Retorno al pasado o con el de aventuras en El halcón y la flecha, despojó al western de todo artificio para reducirlo a la esquemática representación de su liturgia. El argumento, inspirado libremente en hechos reales, era muy parecido al de Appaloosa: los prohombres de la naciente ciudad de Wichita contratan a Wyatt Earp y sus hermanos para que impongan la ley. Tourneur contó esta historia entremetiendo en el tapiz del mito algunos hilos realistas. La inteligente austeridad de la puesta en imagen permitió que las dos dimensiones, la mítica y la realista, coexistieran sin problemas.

Rodada en 1955, en la mitad de la década de oro del género, Wichita ignoraba por igual las culminaciones claras (Raíces profundas, Stevens, 1953), oscuras (Centauros del desierto, Ford, 1956), políticas (Solo ante el peligro, 1952) o melodramáticas (Johnny Guitar, Ray, 1954) que el género alcanzaba en esos años en los que los talentos de Howard Hawks, Anthony Mann, Delmer Daves, Robert Aldrich o Richard Brooks cabalgaban por las praderas. Appaloosa de Ed Harris ha sido rodada casi 40 años después de la extinción del género rey del cine norteamericano: cuatro décadas en las no se han rodado más de media docena de títulos interesantes y sólo una obra maestra: Sin perdón (Eastwood, 1992). Aunque el momento parece propicio a una refundación del género -Open Range, Enfrentados, El tren de las 3:10, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford- la verdad es que ninguna de estas películas ha logrado casar la historia y el mito, la épica y la tragedia, la oscuridad de los caracteres y la luminosidad de los espacios abiertos, el heroísmo y la debilidad como se hacía en los grandes títulos del género. La película de Ed Harris, en cambio, lo logra. O por lo menos se aproxima a esta meta más que ninguna otra desde Sin perdón.

Appaloosa parece querer partir a la vez del Peckinpah de Patt Garret y Billy the Kid y del Eastwood de Sin perdón, planteando un argumento clásico -los pistoleros contratados para imponer la ley en una ciudad- sustentado en una relación también clásica -la amistad entre los dos pistoleros-. Es cierto que le falta la poesía de Peckimpah (mucho más importante que su violencia) y que no logra la perfecta clausura trágica de Eastwood, pero la relación entre los personajes magníficamente interpretados por Ed Harris y Viggo Mortensen (el sheriff y su ayudante) va destilando poco a poco una ternura viril y una emocionante lealtad que acaban por impregnar toda la película de una rara y seca poesía. Por su parte Jeremy Irons logra sintetizar a todos los rancheros canallas y abusivos que en el cine han sido, convirtiéndose en el perfecto antagonista de ese coloso con dos cabezas, cuatro brazos y dos certeras pistolas formado por el dúo Harris-Mortensen. El juego entre el poder de la ley y la ley que quieren imponer los poderosos funciona muy bien. En la arquitectura dramática sólo mete la pata, como suele hacer, Renée Zellweger. La puesta en imagen es severa, el ritmo narrativo es ceremonial, la violencia se representa crudamente pero también sin complacencia. Hay que repetirlo: tal vez se trate del mejor western desde Sin perdón. Golondrinas solitarias que no hacen verano, pero que permiten soñarlo.

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