Cultura

Poderoso poema sobre el desamor humano y divino

Drama, EEUU, 2013, 112 min. Dirección y guión: Terrence Malick. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Hanan Townshend. Intérpretes: Ben Affleck, Olga Kurylenko, Rachel McAdams, Javier Bardem.

Terrence Malick practica el cine sin red. Parece seducido por el peligro de la retórica, atraído por el abismo de las preguntas esenciales, fascinado por filmar lo invisible y decir lo que desborda los límites del lenguaje. Para colmo lo hace desde una perspectiva religiosa -¿panteísta? ¿judeocristiana?- con lo que, además de hacer equilibrios sin red, le llenan de afilados cuchillos el fondo del abismo sobre el que se balancea. A Dreyer o a Bresson los ateos primarios les toleraron, sólo les toleraron, que hicieran cine religioso. A Rossellini se lo consintieron porque era intocable y a Pasolini porque les ganaba por la izquierda. Eran otros tiempos. Cuando el nuevo ateísmo superficial del hiperconsumismo posmoderno pretendió imponer en el cine sus extremos groseramente estúpidos (nueva comedia americana) o superficialmente nihilistas (Haneke) era demasiado tarde para cargarse a estos grandes realizadores del estilo trascendental o de la santa simplicidad.

Malick, en cambio, rueda hoy y exhibe sus películas en multisalas de centros comerciales ante un público mayoritariamente palomitero o minoritariamente adscrito al nihilismo consumista. De las seis películas que ha rodado en 40 años, Malas tierras (1973), Días del cielo (1978) y La delgada línea roja (1998) fueron aclamadas. El nuevo mundo (2005) fue tolerada. Y El árbol de la vida (2011) fue admirada como una obra maestra o abucheada como un mamarracho pretencioso. Me cuento entre los primeros. A partir de esta película gigantesca -que plantea el problema de la coexistencia entre Dios y el mal desde la creación del universo hasta su consumación tras el Juicio Final- se ha convertido, sorprendentemente, en un director prolífico: el año siguiente rodó To the Wonder y en este momento ultima o prepara tres películas.

Un ritmo peligroso para un proyecto tan exigente y arriesgado: tratar de las cuestiones más graves y complejas a través de un estilo que prescinde casi totalmente de la palabra -convirtiéndola en retazos de voces en off- para hacer descansar el significado sobre imágenes poéticamente elaboradas, fragmentadas en su continuidad narrativa y fundidas con la música hasta convertir sus obras en una forma audiovisual de poesía. Con tal potencia que logra dar una sensorialidad única, casi táctil, a las imágenes.

El riesgo de To the Wonder es tan desmedido que, siendo extraordinaria y conteniendo momentos sobrecogedores por su desesperación y su belleza, queda por debajo de El árbol de la vida. Nada menos que Gigante y Diario de un cura rural fundidas y esencializadas como una larga reflexión visual sobre el desamor humano y divino. Dos historias paralelas de destrucción del amor. Un americano tierno y hosco, cariñoso e introvertido, se casa con una parisina extrovertida y alegre (hasta demasiado: la criatura llega a ser tan empachosa como una caricatura de Leslie Caron) y se la lleva a vivir a ningún sitio de ninguna parte en el corazón de lo más profundo e ilimitado de las praderas del Oeste. Esta es la variación sobre Gigante, en la que Ben Affleck sería Rock Hudson y Olga Kurylenko, Elizabeth Taylor. Hay un intermedio de amor adúltero entre Affleck y una ranchera maravillosamente interpretada por Rachel McAdams, que vendría a representar -en versión más dulce- lo que Mercedes McCambridge en Gigante, y una sórdida escapada de la Kurylenko con un desmejorado James Dean.

Las variaciones sobre Diario de un cura rural -en este caso sobre un cura suburbial- corren a cargo de un estupendo y sobrio Javier Bardem, sacerdote que se siente tan abandonado por un Dios en el que cree y al que invoca sin obtener respuesta como las miserables criaturas que visita sin poder aportar nada a sus desdichadas vidas. La película se configura así como una reflexión sobre la crisis del amor humano y divino.

Suntuosa, desigual, arrolladora, poderosa, sugestiva, To the Wonder alcanza sus más altas cotas de belleza lírica en las escenas del Mont Saint Michel, de desolación trágica en las del Oeste -especialmente en la relación entre Affleck y McAdams-, de desgarro en las protagonizadas por Bardem y de puro cine cuando Malick, tras el sórdido episodio adúltero de Kurylenko, logra rodar la suciedad del pecado y el peso la culpa sin recurrir a la palabra. Como logra visualizar la fragilidad del amor filmando la crecida de la marea en el Mont Saint Michel y su disolución a través de las imágenes de la urbanización de casas iguales perdida en la inmensidad de las praderas del Oeste.

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