Crítica de Cine

Palestina, 'mon amour'

Una imagen de la película de Annemarie Jacir.

Una imagen de la película de Annemarie Jacir.

El cine palestino no existe, a saber, no hay cine en Palestina a no ser que las coproducciones y los fondos internacionales financien una o dos cintas al año de cineastas oriundos que, por lo general, ya no viven ni trabajan allí.

Que el cine palestino no exista no significa que esta Invitación de boda no sea una película esencial y profundamente palestina, porque lo es, en ese apego al territorio, a sus raíces, sus problemas, sus gentes y su presente a través de un planteamiento dramático sencillo muy bien llevado por la directora Annemarie Jacir (La sal de este mar, Al verte): un padre y su hijo, que ha vuelto para la ocasión desde Italia, cogen el coche para repartir a lo largo del día las invitaciones de boda (el wajib) de su hija y hermana en Nazaret.

La película se articula así como una road movie urbana y episódica, plagada de encuentros, paradas, accidentes y conversaciones, para trazar un mapa de la idiosincrasia palestina y su eterno conflicto con una fluidez encomiable, haciendo que cada encuentro dure el tiempo justo y que cada apunte sobre la realidad social o los asuntos íntimos de la familia no se prolonguen ni expliciten más de lo necesario.

Como resultado, este filme-mosaico se mueve entre el drama y la comedia, entre lo personal y lo político, entre dos generaciones, sus renuncias, su inadaptación y el exilio, para trazar un mapa anímico al que Mohammad y Saleh Bakri, también padre e hijo, prestan una complicidad maravillosa en sus constantes oscilaciones anímicas, del roce a los reproches, de los silencios al estallido dramático, del volante de un viejo Volvo a esa terraza conciliadora donde un cigarro y el horizonte de la ciudad cierran una jornada que es también la melancólica metáfora de un pueblo herido, un pueblo sin patria.

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