Cultura

Mentiras que no engañan a nadie

Doble expiación en una sola película: el programa expiatorio de un hombre atormentado por la culpa le obliga a una segunda expiación, en este caso amorosa, dado el carácter digamos poco frecuente del programa expiatorio escogido. Como el realizador cuenta la película saltando de atrás hacia delante para despistar al espectador, no seremos nosotros quienes le estropeemos el juego. Al espectador le tocará ir descubriendo cuál es la culpa originaria, qué extravagante medio de expiarla ha diseñado el protagonista y por qué su plan, al menos en parte, fallará. Como ningún espectador acude engañado a esta película, sino sabiendo muy bien lo que quiere ver y lo que de seguro va a ver (porque Will Smith, ya sea en faceta cómica o melodramática, nunca decepciona a sus seguidores), y por ello lleva un paquete de kleenex en el bolsillo para cuando la nariz le moquee sobre las palomitas, no es cuestión de que el crítico se meta por medio para pontificar sobre el uso engañoso/tramposo de los recursos melodramáticos cinematográficos. Cuando no hay engaño la crítica debe callar o ser notarial, levantando acta del fructífero acuerdo firmado entre el cineasta y el espectador.

Sólo cabe decir que Will Smith tiene un innegable don para llenar (hasta desbordarla, saturarla, reventarla) la pantalla; que el realizador Gabrielle Muccino tiene tanto talento como carencia de escrúpulos fílmicos para arrancar lágrimas, aunque sea metiendo el dedo del truco en el ojo (virtudes que le valieron la fama nacional en su Italia natal con Acuérdate de mí o El último beso y la internacional con su anterior -y más estimable- colaboración con Will Smith La búsqueda de la felicidad); y que se agradece la presencia de Rosario Dawson, capaz de redimir al protagonista de su culpa y al espectador del precio pagado por la entrada.

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