Javier SIERRA. escritor

"Hoy, todo parece diseñado para que no miremos al interior de nosotros mismos"

  • El narrador presenta 'El fuego invisible', la novela con la que ha ganado el Premio Planeta y con la que ha querido "recuperar el propósito inicial de la literatura, la trascendencia"

Javier Sierra (Teruel, 1971), fotografiado ayer en Sevilla, donde presentó su nuevo libro.

Javier Sierra (Teruel, 1971), fotografiado ayer en Sevilla, donde presentó su nuevo libro. / belén vargas

David Salas, el protagonista de El fuego invisible, la novela con la que Javier Sierra ha ganado el Premio Planeta, se ha centrado hasta el momento en su carrera académica -es el profesor de Lingüística más joven del Trinity College de Dublín-, pero un viaje a Madrid y el contacto con una extraña academia de literatura trastocarán su vida y le harán conocerse a sí mismo. A través de este hombre acomodado que entra en contacto con un mundo "lleno de elementos mágicos, dolorosos, extraños, que normalmente escondemos debajo de la alfombra", el autor de La cena secreta o El maestro del Prado propone una intriga de marcada espiritualidad por la que asoma el Grial -del que se ofrece una visión novedosa- y que se pregunta por el origen de las ideas.

-Hoy, dice uno de los personajes, "basta con acercarse a un ordenador para encontrar lo que nos haga falta", pero en otros siglos, "para hallar una respuesta a lo que fuese había que salir de casa y exponerse a mil peligros". Hemos dado la espalda a la aventura, a su carácter de revelación.

-En el libro hay varias críticas al mundo que nos ha tocado vivir. Pensamos que la información sustituye a la experiencia, y que podemos llegar a conocer Nueva York utilizando simplemente Google Maps, y eso es falso. Otra de las cuestiones que aparecen es que el peor enemigo que tenemos ahora mismo, como criaturas creativas que somos, es el ruido. Estamos rodeados de elementos que nos sacan de la concentración, todo parece diseñado para que no miremos al interior de nosotros mismos, sino al exterior. Y lo mejor que hemos sido capaces de construir como especie siempre ha salido de nuestro interior. De alguna manera, la novela es un aviso.

-Desde la cita inicial de Doris Lessing, el libro reivindica la literatura como un encuentro con lo trascendente.

-He querido recuperar el propósito inicial de la literatura, que se inventó hace 5.000 años en Sumeria, la época de la epopeya de Gilgamesh, para resolver la pregunta de por qué tenemos que morir. Como la razón es incapaz de encontrarle sentido a la vida y sus misterios, inventamos la literatura para buscar ese sentido. Luego la convertimos en un entretenimiento, la desposeímos de esa función sagrada. He querido rescatar inquietudes, que son las que nos empujan a hacer grandes cosas.

-Entre esas inquietudes, sobresale una pregunta en particular: de dónde vienen las ideas.

-A diferencia de las novelas mías anteriores, donde me centro en misterios más tangibles, quería ir a un enigma filosófico, que en el fondo es el más irresoluble. Preguntarse de dónde vienen las ideas es casi lo mismo que cuestionarse de dónde venimos nosotros. Nos hemos construido sobre la capacidad de imaginar: todo lo que tenemos a nuestro alrededor es fruto de nuestra inventiva.

-Parménides, que tiene un peso notable en la trama, fue el primero que se hizo esa pregunta. Pero él y sus compañeros filósofos apenas tienen cabida hoy en los planes de Humanidades.

-Uno de los primeros lectores de El fuego invisible fue Íñigo Méndez de Vigo, el ministro de Cultura. Estuvo en la presentación del Premio Planeta en Madrid hace unas semanas y conversamos sobre la pérdida de influencia que ha sufrido la filosofía en el currículum académico. El problema no se da sólo en España; también en Francia, en Italia y hasta en Grecia, que es la cuna de la filosofía. Hoy parece que sólo valen las carreras que sirven para fabricar algo que se pueda comercializar. Es el rodillo del capitalismo el que está creando esta situación, pero tenemos capacidad para rebelarnos.

-La novela trata otro asunto: la relevancia de la palabra "para llegar al fondo de las cosas".

-En todas las historias sagradas, lo primero que hacen los dioses es darle nombre a las cosas. Si algo no tiene un nombre no existe, con eso ya te están diciendo lo importante que es la palabra para articular el pensamiento. Y las palabras tienen su propio ADN, que se transmite a través de las generaciones. Cuando tomas un vocablo y lo diseccionas, puedes comprender su verdadero significado. En la novela, por ejemplo, me detengo mucho en la palabra entusiasmo, que significa rapto divino, viene de en-theos, de estar con Theos, con lo sagrado. Es verdad que si alguien está entusiasmado con algo, todo lo mundano le es ajeno.

-Usted documenta que el concepto del Grial se inventa en el siglo XII y no como algo vinculado a la Última Cena. ¿Las películas de Indiana Jones han hecho mucho daño?

-No diría eso [ríe]. Lo que han hecho las películas de Indiana Jones ha sido beber del mito. Yo voy un paso más allá: a la semilla de ese mito, a tratar de comprender por qué es tan potente, por qué obsesiona a lo largo de mil años. El Grial es un punto de intersección entre lo divino y lo humano, como la vía de acceso que tenemos para llegar al territorio de lo sagrado. Por eso nos obsesiona: porque la materia se nos queda pequeña y tenemos una inquietud que trasciende lo tangible y lo visible.

-En sus libros conviven el fabulador que hilvana tramas y el divulgador que disfruta transmitiendo sus conocimientos. ¿Cómo se llevan esas dos facetas?

-Pues me resulta cada vez más complejo aunarlas, porque mis intereses son cada vez más trascendentes y la novela te exige tener los pies en la tierra. Pero me han gustado los retos siempre, y quizás éste sea el desafío de esta etapa de mi vida. Escribir una historia de suspense, con todos los rasgos que han caracterizado mi literatura, pero ponerla al servicio de los temas que hoy me preocupan. Quiero despertar en el lector las ganas de aprender y de saber.

-En un pasaje del libro, se dice que dentro de tres siglos se hablará de El código Da Vinci como de "un libro de gran valor". ¿Usted suscribe esa idea?

-Es un debate que tienen los personajes, pero es verdad que le doy una dimensión que no le otorgamos a El código Da Vinci. Hoy lo vemos como un best-seller de entretenimiento, pero los conceptos que están ahí dentro son importantes y no se hablaba de ellos desde hacía mucho tiempo. Yo creo que sí, que dentro de 300 años, cuando se analice la literatura de este tiempo, saldrá esa obra.

-Entre los atractivos del libro, usted explora la espiritualidad particular de algunos escritores como Mark Twain -que creía haber venido al mundo con el cometa Halley- o de Valle-Inclán.

-Quería que mi novela sirviera de rosa de los vientos para muchas lecturas. Todo escritor ya maduro se ha preguntado por el origen de sus ideas y por el fuego de su creatividad, y yo he ido buscando las obras en las que hablan de eso. En Valle-Inclán la hallé en La lámpara maravillosa, una búsqueda al interior de sí mismo, un libro casi de ejercicios espirituales que la crítica no entendió. En el caso de Twain, esa inquietud la plasma en El forastero misterioso, su última obra, en la que habla de una especie de demiurgo del que no sabes si se adelanta a los acontecimientos o los provoca. Siempre ha estado la duda de si las ideas son algo propio del ser humano o las captamos de otro universo donde se gestan, donde se incuban.

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