Crítica de Cine cine

Extraordinaria reescritura de un clásico: centauros de la yihad

mi hija, mi hermana

Drama, Francia, 2015, 114 min. Dirección: Thomas Bidegain. Guión: Thomas Bidegain, Noé Debré. Intérpretes: François Damiens, Finnegan Oldfield, Agathe Dronne, Ellora Torchia, John C. Reilly, Antoine Chappey, Maxim Driesen, Jean-Louis Coulloc'h, Gilles Treton, Francis Leplay, Djemel Barek, Mounir Margoum.

Este tipo, que se llama Thomas Bidegain, promete, y mucho, como director tras haber triunfado -en el sentido más serio de la palabra- como guionista. Ha escrito los excelentes guiones de La resistencia del aire para Fred Picaresco, La familia Bélier para Éric Lartigau, Saint Laurent para Bertrand Borello, Perder la razón para Joachim Lafosse y, sobre todo, Un profeta y De óxido y hueso para Jacques Audiard, uno de los valores seguros del actual cine francés, que le han valido dos premios César y un premio Lumière. Con Mi hija, mi hermana, horrendo título español que sustrae la fuerza alusiva del original Les cowboys, debuta a lo grande como director, naturalmente con un guión escrito por él.

Esta película es una variación libre sobre Centauros del desierto en la que el Wayne envenenado por la furia y el odio -rencoroso superviviente además de un mundo tan desaparecido, porque luchó con el Sur en la Guerra de Secesión, como el universo country que el protagonista recrea en Francia- es un padre empeñado en la búsqueda de su hija desaparecida; Jeffrey Hunter es su hijo, que le acompaña en la arriesgada búsqueda, Natalie Wood es la hija desparecida tras ser seducida por un musulmán radicalizado, los indios son los yihadistas y Monument Valley son los desiertos de Siria o Iraq. Al igual que en la obra maestra de Ford, la acción abarca un extenso lapso de tiempos y lugares distintos magníficamente cohesionados por atrevidas y logradas elipsis. Al igual que en la obra de Ford, también, el hijo (como Hunter, sobrino de Wayne en aquel gran western trágico-épico) intenta luchar a la vez contra los raptores de su hermana y contra la ciega furia de su padre. Hasta acabar -tras un impresionante giro de guión coincidente con el 11-S- asumiendo la lucha. Porque, sin querer reventarles nada, Bidegain también se inspira de esa rara variación que el propio Ford hizo de Centauros del desierto llamada Dos cabalgan juntos. Ford nunca fue el antiindio que sus groseros caricaturistas dibujaron. Bidegain también bebe de él en esto. Hay matices.

Pero no quiero equivocarles. Esto no es un remake arriesgado de Centauros del desierto sino, como ya he dicho, una variación libre sobre sus personajes y temas. Llena de originalidad, creatividad y fuerza. Una operación en principio suicida por los grandes riesgos que asume (hasta el de presentar a una familia francesa con estilo de vida country) y la reconocida monumentalidad de la obra en la que se inspira. Por ello sólo podía acabar en el fracaso y el ridículo -reforzados por su título original que apunta directamente al western- o en el éxito creativo y el aplauso crítico. Bidegain, contra todo pronóstico, ha logrado lo segundo. Crear una grandísima película a partir de su muy personal y creativa lectura de una de las mejores películas de la historia del cine. El cine francés había inspirado en los años 30 al cine negro americano de los años 40 que, a su vez, inspiró el cine negro francés de entre los años 50 y 70 en uno de los más hermosos juegos creativos de influencias de la historia del cine. Pero nunca, que yo recuerde, había hecho con el western los libérrimos juegos que un Jean Pierre Melville se permitió con el cine negro americano. Bidegain se ha atrevido a hacerlo. Y ha triunfado.

Hay gran escritura cinematográfica, sentido de la composición épica, poderosa construcción de personajes, magistral manejo de los tiempos narrativos a través de un inteligente y nunca confuso uso de las elipsis (le basta una palabra o una imagen para suturar los saltos en el tiempo), espléndidas interpretaciones, severo sentido del uso del primer plano combinado con un sentido monumental de los grandes planos. Utiliza la gran ficción cinematográfica para plantear cuestiones del presente -y nada menos que el fundamentalismo islámico infiltrado en nuestras sociedades- a través de matrices narrativas eternas (porque vía Ford enlaza con la tragedia clásica) que confieren a esta película ese tono a la vez estrechamente unido al presente y vinculado a lo atemporal que caracteriza al gran cine.

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