Cultura

Estética del territorio

Destacado miembro de la Sexta Generación de cineastas chinos, Jia Zhangke ha sido otro gran director contemporáneo ninguneado por la distribución española y olvidado por los popes mediáticos de nuestra crítica, que hacía uno de los ridículos más cómicos que se recuerdan cuando, en la edición 2006 del festival de Venecia, en la que Naturaleza muerta ganó el León de Oro, las crónicas de urgencia confirmaban que nuestros perezosos sancionadores ni siquiera se habían tomado la molestia de ver la película. Tampoco acertaban al decir que Zhangke era un recién llegado. A pesar de su juventud (1970), el director de The world llevaba ya más de diez años de reconocida trayectoria internacional con cinco largometrajes y varios cortos y documentales a sus espaldas. Y todo ello forjado a contracorriente de la industria, las instituciones cinematográficas y la censura de su país y gracias a la ayuda de fondos de coproducción europeos.

Igualmente desconcertante, paradójico y sintomático resulta el hecho de que Naturaleza muerta se estrene ahora en nuestra ciudad, cuando la cinta tiene ya casi un año de circulación comercial en salas españolas y varios meses de recorrido en DVD.

Aun así, más vale tarde que nunca para acercarse a Zhangke, un cineasta que, junto a Wang Xiaoshuai (Sueños de Shanghai), Zhang Ming (Before born), Zhang Yang (La ducha) o Wang Bing (Al oeste de los raíles), inscribe su filmografía en la China de la era pos-Tiananmen, apostando por la regeneración de un cine anclado en una vistosa, académica y acrítica fórmula de exportación encarnada por las trayectorias de Chen Kaige o Zhang Yimou, a través de un retorno a lo real (que entronca, en términos de puesta en escena, con la modernidad y las inquietudes de Antonioni, Bresson o Hsiao-Hsien) que pasa por el acercamiento a la provincia, a la juventud y a los problemas y rincones menos visibles de una sociedad en pleno proceso de transformación desde la ortodoxia uniformada del comunismo hacia la salvaje economía neocapitalista.

Armados con las nuevas y accesibles cámaras digitales, trabajando en los márgenes de la industria y sus formatos institucionales, la generación de Zhangke se dispone a filmar el presente no-oficial, a testimoniar la fractura interna (el desempleo, la prostitución, las drogas, la dificultad de las relaciones sentimentales, etcétera) de un país cuya renovada voracidad, ahora de índole mercantil, engulle al individuo para exponerlo a un paisaje cambiante de corrupción y vacío levantado sobre materiales de derribo.

Naturaleza muerta propone un personalísimo recorrido por esta China en transformación que deja a sus hijos menos privilegiados en la cuneta. Un recorrido bifurcado y desdoblado (dos historias y dos personajes que no se cruzan) que transita entre el documento y la ficción (el filme transfigura en ficción el esbozo documental de su cinta-hermana Dong, rodada en los mismos paisajes apenas unos meses antes), y que resucita y visibiliza la vida de la provincia interior, ese espacio (simbólico) que pronto será inundado (literalmente) por la faraónica presa de las Tres Gargantas, los sueños truncados de unos protagonistas desorientados y en permanente deriva que no pueden escapar del tedio y del paisaje de ruinas que les rodea.

Desde el crudo aire neorrealista de Pickpocket a esta Naturaleza muerta, Zhangke ha ido modelando un cine que se aparta poco a poco de la narración y abre sus planos y pone distancia con sus figuras, un cine que materializa un tiempo existencial y subjetivo y que busca una forma que exprese el extrañamiento de sus personajes, exploradores solitarios de un paisaje denso, abierto y cadencioso que parece hablar (de sus fracasos, de sus anhelos) por ellos mismos desde un lugar que ya no reconocen como suyo.

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