Cultura

Escrutinio del abismo

El desdichado, el errático genio de Edgar Poe, sucumbió a partes iguales a una desmesurada sed y a su orfandad irrestañable. Cuando muere en octubre de 1849, a la edad de 40 años, Poe seguía siendo un hombre abrumado por la soledad y los especulares fantasmas de su intelecto. De hecho, la radical originalidad de su obra se encuentra ahí: en el intento de razonar, de estructurar lógicamente, cuanto de sinuoso y terrorífico anida en el imaginario de los hombres. Así, el dilatado influjo de Edgar Poe es patente no sólo en el cuento policial, en la fantasía científica, en el carácter neurótico de sus relatos; también lo es en su doctrina poética, en "el arte por el arte" adoptado por Verlaine y Mallarmé, por Valery y Rimbaud, así como Walter Pater o un Baudelaire, primer traductor del poeta americano, que lo consideraba, tras dedicarle dos biografías, como su "alma gemela".

Esta estupenda monografía del británico Peter Ackroyd, menos entusiasta que las baudelerianas, es también por ello más exacta. Ackroyd, profusamente documentado, demuestra hasta el dolor un hecho que negaba el poeta de Las flores del Mal: esto es, que Poe era un acendrado dipsómano, cuya dipsomanía quizá ocultaba el miedo al vacío, al desamor, al mundo mismo, que siempre atenazó a aquel hombre asediado por la desesperanza. Quizá, llevando el escrúpulo a un extremo, se podría acusar a Ackroyd de un exceso de psicologismo. Sin embargo, a nuestro entender, no se puede enjuiciar al inventor del terror psicológico sin tener en cuenta el sentimiento de orfandad que lo acompañó toda su vida. Probablemente, sin el universal vacío que Poe sintió desde su infancia, tanto su escritura como su vida hubieran sido muy otras. Lo cual no quiere decir que el libro de Peter Ackroyd sea la biografía de un huérfano. Con mayor exactitud, diríamos que Poe es la biografía de un genio que trasmutó su orfandad, el vivo desamparo que atenazó su corazón, en una fascinante y enigmática obra de arte.

Todo esto queda dicho con pulcritud y humor en el libro de Ackroyd. Aunque quizá le falte elucidar el origen último de su comportamiento: la necesidad de orden que acuciaba a Poe, seguida de la violenta compulsión al olvido que el alcohol le propiciaba. Este miedo radical a la vida, ese pavor indesmayable ante la muerte, tal vez no esté reseñado con suficiente claridad. En Poe, el abismo y su escrutinio, la oscuridad y su prédica, son partes esenciales de lo mismo: el espanto de vivir, junto el deseo de perdurar, con una vida otra y más pura, en la memoria de los hombres.

Peter Ackroyd. Edhasa, Barcelona, 2009. 190 páginas. 19,50 euros.

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