Crítica de Cine

Emociones corporativas

Circula estos días por la prensa digital y las redes sociales un texto malicioso y demoledor que afirma que Emoji es la peor película de animación de la temporada. El artículo argumenta su afirmación con no pocos tópicos y lugares comunes, entre ellos el más obvio que la compara (por imitación y, por supuesto, a la baja) con Del revés, de Pixar, una película que personalizaba y daba Pantone variado a las emociones básicas y que ha pasado ya al Olimpo de la excelencia animada sin demasiadas voces de disensión, algo que siempre nos hace sospechar.

Sea como fuere y más allá de las campañas de desprestigio interesadas, Emoji viene a dar forma animada a esos símbolos que se han convertido en moneda de cambio común para la (in)comunicación virtual, a saber, amplificando la vida de esos iconos del estado de ánimo, los deseos (de consumo) y las emociones simplificadas en una aventura más bien simplona y lineal que parece destinada a satisfacer el reconocimiento elemental de los smartphones de niños y padres y promocionar de paso las aplicaciones más populares que, según algunos optimistas irredentos, nos han mejorado la vida y las relaciones sociales.

Sin apenas pegada crítica y autodestructiva en su propia simpleza e ingenuidad, Emoji se contenta con ser un liviano juego de pasa-pantallas protagonizado por un bah, una princesa-hacker y una mano con ojos en su aventura digital por recuperar su espacio en el dispositivo y reivindicarse como entes emocionales más complejos de lo que sus diseñadores han querido para ellos. Una batalla perdida para ellos y una gran victoria para los fabricantes tecnológicos y emprendedores digitales varios.

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