Cultura

Cuádrigas de acero

Al espectador potencial de Death Race (La carrera de la muerte) poco le importará saber que la película es un remake de Death Race 2000 (dirigida en el año 1975 por Paul Bartel), exploitation protagonizada por David Carradine y producida por el rey de la serie B Roger Corman, quien vuelve aquí de nuevo a los títulos de crédito de esta versión actualizada.

Al espectador potencial de Death Race (La carrera de la muerte) tal vez le sea de más ayuda conocer que su director, llamado Paul W.S. Anderson, es el mismo responsable de filmes de acción de los últimos años inspirados en el cómic o el videojuego como Resident Evil o Alien vs. Predator.

Es en esta modalidad hipertrofiada, que se manifiesta deudora de la vieja estética de atracciones, puesta al día a base de efectos digitales y saturación publicitaria, donde el seguidor fiel de ese renacido héroe del músculo y el gesto pétreo (lo mismo da el protagonista de esta película, Jason Statham, que Vin Diesel, quien suele desenvolverse en registros similares) encontrará su recompensa y su (sobre)dosis de identificación primaria con la velocidad y la multiplicación de estímulos escópicos.

Porque la verdad es que no hay más. Si la venganza del falso culpable es la coartada argumental perfecta y barata para justificar la escalada de violencia, casquería y pirotecnia, el resto, o sea, todo, se juega en el vértigo del punto de vista y la fragmentación del montaje hasta los límites de lo invisible, en el atronador rugido roquero de los motores, en el festín de destrucción y caos en un apocalíptico circo romano que ya imaginaron antes otros visionarios de la catástrofe.

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