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Crónica de la sublevación: el cine y Mayo del 68

  • El cine ocupó un papel central, activo y militante en aquel Mayo del 68 parisino del que se cumplen 50 años

  • En la Casa de los Poetas de Sevilla se hablará de ello hoy y mañana

Mayo del 68 ocupa hoy especiales televisivos, nuevos libros y reediciones, mesas redondas o suplementos culturales, entre la nostalgia revolucionaria, la vigencia de su legado o la caricatura del fracaso y las traiciones. Nos llega como eco lejano o semilla del presente (del 15-M al 8-M), como colección de eslóganes sobre la utopía y su fugaz materialización colectiva en los alrededores de la Sorbona y el Barrio Latino de París.

Lo decía recientemente Gabriel Albiac, que acaba de publicar el ensayo Mayo del 68. Fin de Fiesta: "La de mayo del 68 fue una revolución fotogénica". Y es que Mayo del 68 regresa siempre como un gran magma de imágenes en blanco y negro, como un remolino de cuerpos y gestos agitados en las calles, las aulas y a las puertas de las fábricas, desde la "toma de la palabra" alrededor de los micrófonos de los reporteros y los operadores.

Un año antes, La Chinoise (1967, Godard) preludiaba el orden, la forma y la estética de los acontecimientos. Aquella célula maoísta con Léaud y Wiazemsky al frente leía consignas en voz alta ("hay que confrontar las ideas vagas con imágenes claras") frente a una cámara autoconsciente.

Si Argelia o Vietnam mantenían abiertas sus heridas, La sociedad del espectáculo de Débord, Brecht, el post-marxismo de Adorno y Althusser o las experiencias situacionistas marcaban un sendero de referencias teóricas y desmitificaciones en la esfera del arte, los medios de comunicación y la cultura.

En pleno festival de Cannes, los cineastas se plantaron y apagaron los focos. Unos meses antes, a las puertas de la Cinematèque, el "affaire Langlois" levantaba en armas a los cinéfils amamantados en sus ciclos y retrospectivas. A Malraux, faro intelectual de la Francia liberada y ahora Ministro de Cultura, le tocó hacer de malo de la película tras desfilar junto a De Gaulle.

En el fragor de la batalla callejera, se invoca el espíritu de la Comuna de París para la creación de unos Estados Generales del Cine que buscaban hacer tabula rasa con los modos del cine burgués, con sus prácticas industriales e institucionalizadas. Se rechazan el papel tutelar del CNC, los circuitos y las salas de exhibición, los productores, la censura, el cine como comercio. Se trata ahora de "hacer políticamente películas políticas", de buscar de nuevas formas para nuevos contenidos, de autofinanciación, trabajo colectivo, solidario y anónimo. Es el momento de los grupos (Dziga Vertov, Medvedkine, ARC, Zanzibar), de cambiar el amarillo de los Cahiers por un simbólico rojo y liquidar la teoría del autor.

"El cine se subleva", pertenece al pueblo y debe ser producido y divulgado por sus trabajadores o por los operarios de las fábricas que lo protagonizan. El eco de la revuelta se expande a todo el mundo: Nueva York, San Francisco, Berlín, Praga, Río de Janeiro, Buenos Aires, Tokio, Delhi, México…

El documental se convierte en frente de urgencia y activismo directo: en 1967 la cinta colectiva Loin de Vietnam (Marker, Varda, Resnais, Ivens, Klein Godard, Lelouch) abre la veda y despierta los apetitos revolucionarios; los ciné-tracts se multiplican como pequeños filmes-panfleto, mudos y anónimos, destinados a agitar, suscitar debates y generar contra-información.

Con el tiempo y la distancia, llegaría el momento de hacer balance, recopilación, historia y autocrítica, no sin cierto desencanto: Grand soirs et petits matins (1978, William Klein); Le fond de l'air est rouge (1977, Chris Marker), Mourir à 30 ans (1982, Romain Goupil), Reprise (1996, Herve LeRoux), la reciente No intenso agora (2017, Moreira Salles)… son los mejores filmes sobre el 68.

La ficción, siempre a otro ritmo, quedará como campo de pruebas y reajuste político de la modernidad anticipada por las nuevas olas: Godard (y Gorin) toma(n) el mando (Tout va bien, 1972) y desde otros países se suceden los títulos referenciales del espíritu sesentayochista: If… (1968, Anderson), en Inglaterra; Teorema (1968, Pasolini), en Italia; Medium cool (1969, Wexler), Easy Rider (1969, Hopper) o Taking off (1971, Forman) en Estados Unidos; Antonio das Mortes (1969, Rocha), en Brasil; Memorias del subdesarrollo (1969, Gutiérrez Alea) en Cuba; La hora de los hornos (1968, Solanas), en Argentina.

Década a década, el mayo francés es rememorado para reconstruir la memoria herida, para hablar de la resaca, de lo público a lo íntimo, entre Marx y Freud, desde la ironía o la nostalgia: La maman et la putain (1973, Jean Eustache), L'An 01 (1973, Doillon, Rouch, Resnais), buena parte del cine de Philippe Garrel (desde la insurgente y recuperada Actua I a Les amants réguliers), Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 (1976, Tanner), Milou en mayo (1990, Malle), Soñadores (2003, Bertolucci), Después de mayo (2012, Assayas)…

En 2017, Le rédoutable (Mal genio), de Hazanavicius, será la última afrenta a la memoria del 68, el último intento de dejar todo aquello reducido a la caricatura, a los episodios cómicos de un Godard ridiculizado que pierde una y otra vez sus gafas de pasta.

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