Cultura

Corrección política y oportunismo

Este ya no tan joven (45 años) actor, guionista y director sudafricano va bien orientado: con su segundo largometraje (Tsotsi, 2005) logró el Oscar a la mejor la película extranjera. Pasaportado a Hollywood con fama de director comprometido rodó esta Expediente Anwar (2007) que se sitúa en la ambigua y rentable línea del cine de compromiso plagado de estrellas, buenas intenciones y ganas de agradar. Y en estos momentos está rodando Lobezno, próxima entrega de la serie de los X-Men. Expediente Anwar se sitúa así como una película de tránsito entre el origen comprometido y la meta de superproducción espectacular. Esto nada de malo tendría en sí mismo, porque muchos han sido, son y serán los directores que rodarán obras más y menos (o nada) comprometidas, más y menos (o nada) personales. Lo malo es que a esta película se le nota demasiado este carácter de interesado tránsito entre un cine pretendidamente comprometido y personal, y la superproducción de efectos especiales evasiva e impersonal.

Viendo Expediente Anwar se percibe un algo de insinceridad, oportunismo y recurso a los más manidos clichés del actual cine comercial políticamente correcto que se comprenden del todo cuando se conoce la trayectoria del realizador. Los temas fuertes requieren un tratamiento cinematográfico igualmente fuerte, la denuncia exige renunciar a agradar a todos, el compromiso impone la coherencia temática y estilística. No se puede jugar al cine comercial convencional con el terrorismo islámico, la actuación abusiva de los servicios secretos, la simultánea vulneración de la Constitución y los derechos humanos, y el dolor o la desvalida desesperación que ello provoca. Y esta película juega con lo primero (la historia de la hija de un jefe de Policía árabe que por amor se ve envuelta en las tramas fundamentalistas), con lo segundo (las irregulares actuaciones de la CIA justificadas por la defensa nacional tras el 11-S), con lo tercero (la ilegal detención de un ciudadano inocente de origen egipcio confundido con un terrorista) y con lo cuarto (su secuestro y tortura, la angustia de su mujer norteamericana tras su desaparición y su lucha por saber de él).

Entretenida, correctamente realizada pese a un cierto aroma a telefilme, con una interesante estructura de guión que mezcla dos acciones en tiempos distintos y muy bien interpretada en los casos de Yigal Naor (el jefe de Policía árabe), Reese Witherspoon (la embarazada esposa del secuestrado) y Meryl Streep (la perversa jefa -un poco a lo Cruella De Vil- de los servicios secretos), y menos bien interpretada por un inexpresivo Omar Metwally (el secuestrado) y un entre estupefacto y alelado Jake Gyllenhaal (el poli bueno), la película no satisface a causa de su superficialidad dramática, su insincero oportunismo argumental y su frívolo estilo. La terrible banda sonora de Paul Hepker y Mark Kilian -la música, para bien o para mal, es el alma de las películas- pone en primer plano estas insuficiencias. Y su final la descabella.

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