Cultura

Cersei es Isabella y Westeros, la noble Inglaterra

  • La saga de R. R. Martin sitúa elementos fantásticos en entramados inspirados en hechos históricos 'Juego de Tronos' estrena temporada el 9 de abril en Canal Plus

Fantasía para adultos. Esa es la etiqueta que, de manera más reconocible, describe a grandes rasgos Juego de Tronos. La adaptación televisiva de la saga de R.R. Martin comienza esta semana su tercera temporada en Estados Unidos -la semana que viene en Canal Plus - habiéndose convertido en una de las apuestas más conseguidas de la HBO. Y sí, es fantasía -al fin y al cabo, tiene dragones y zombies congelados, ¿no?-. Y sí, hace que el resto de acercamientos a lo fantástico parezca una colección de cuentos troquelados infantiles.

"El proyecto de Juego de Tronos se parece mucho, en televisión, a lo que fue en cine El Señor de los Anillos -comenta Francisco Rodríguez Prieto, responsable de ficción de la cadena española-. Suponía un riesgo tan brutal que nadie pensó en serio que se pudiera hacer y, de hecho, la única manera de afrontarlo era en forma de serie. La HBO asumió este riesgo en el momento adecuado y con seriedad. Ahora bien: se nota que es cable porque se favorece la violencia y el sexo. Incluso en escenas que no están en los libros: por ejemplo, cuando Margaery se ofrece a Renly Baratheon y le dice que, si quiere, pueden llamar a su hermano".

Gran parte del engranaje que consigue la historia de George R.R. Martin responde, precisamente, a su habilidad para ir encajando lo imposible a cuentagotas en un escenario de tramado real. Una de cal y muchas de arena: "El ir introduciendo poco a poco lo fantástico ha conseguido, entre otras cosas, captar a todo tipo de público -prosigue Rodríguez Prieto-. Lo que quería realmente Martin era hacer narrativa histórica pero sin las restricciones de tener que ceñirse a algo que pasó de verdad. Está influido por Tolkien, por supuesto, como se ve en detalles como que exista un personaje que se llama Sam y es gordo, pero el peso de los referentes históricos es muy fuerte. Y, al fin y al cabo, dragones y demás eran tan reales como el día y la noche para las gentes de la Edad Media. Martin ha conseguido lo que se llama un cross-over hit, un éxito que atraviesa géneros".

En el desarrollo de Canción de hielo y fuego, George R. R. Martin toma elementos mayoritarios de la Alta Edad Media con concesiones a iconos de otras épocas. El rey Robert recupera el espíritu de Eduardo IV y la estampa del gotoso Enrique VIII. Su hijo, Joffrey Baratheon -niño dorado, refinado y sádico- sube a superficie el recuerdo reptil de algún joven Calígula. Es imposible no pensar en Juana de Arco ante la figura de Brienne de Tarth -dos alucinadas bajo armadura-. La amenaza de los dothraki nos habla de las invasiones mongolas del 1300.

Las referencias que usa Martin en el entramado de su mundo son, por supuesto, predominantemente anglosajonas. Los Siete Reinos de Poniente recuerdan a la heptarquía medieval que existía en Inglaterra y que estaba comprendida por los reinos de Kent, Sussex, Essex, Wessex, Mercia, Northumberland y East Anglia. En Poniente también existió un rey primigenio y conquistador, como Guillermo (Aegon Targaryen). Y las muy vikingas Islas del Hierro, con su cultura de mar y razzia -"Nosotros no sembramos"- resuenan a Shetland y Orkney. Stark y Lannister evocan los apellidos que hicieron girar la Guerra de las Dos Rosas: el conflicto por el trono inglés que enfrentó en el siglo XV a la casa de York -norteños, como los Stark- y a la casa de Lancaster -acaudalados, como los Lannister-. La corona de Inglaterra iría a parar, finalmente, a manos de un Tudor. Otra rosa.

De entre las traslaciones de personajes históricos, los más recurrentes son las she-wolves medievales: Isabella de Francia y Margarita de Anjou, que comparten biografía con Margaery Tyrell y Cersei Lannister. Casada con un marido que alternaba (escasa) lucidez y catatonia, Margarita de Anjou fue pieza fundamental en la Guerra de las Rosas: ella misma una Lancaster y madre del heredero a la corona, era vista como una arribista por ambas facciones.

Isabella de Francia, como Margaery, casó por conveniencia con un rey, Eduardo II de Inglaterra. Y, como le ocurrió a Margaery, se encontró con que el marido era homosexual. Pero a diferencia del personaje de Martin, Isabella no supo cómo reaccionar: en su defensa hemos de alegar que tenía sólo doce años. En cualquier caso, Isabella aprendió pronto. No sólo se las arregló para darle varios hijos, sino que se alió con los nobles, persiguió al monarca y decapitó a su amante. Exiliada en Francia junto a su primogénito por intrigas palaciegas, decidió algo nunca visto: quitar de en medio a un rey que aún vivía. Como el personaje de Cersei, Isabella treparía al trono con ayuda de su amante, y sobre ella pesarían los rumores de haber dado muerte a su propio esposo. Su hijo, Eduardo III, le arrebataría el puesto.

Sin embargo, el referente más reconocible, y el que el propio George R.R. Martin ha señalado como fundamental, es el Muro de Hielo como trasunto del Muro de Adriano. La idea de un muro infranqueable como frontera entre barbarie y civilización surgió durante un viaje del escritor al Reino Unido en 1981, mucho antes de que Martin comenzara la saga.

Recuperado hace unos años en parte de su extensión, el Muro de Adriano fue durante siglos -y, al menos, desde época medieval- símbolo de la separación con las tinieblas del Norte. Más allá, dragones. La estructura, que atravesaba Inglaterra desde Solway hasta la actual Newcastle, fue levantada con vocación de finis terrae. Los hacedores del Imperio no arrendaban las ganancias: demasiado lejos, demasiado esfuerzo, demasiado poco. Al otro lado del muro quedaban el bosque, los vientos y los salvajes (los pictos para los romanos).

Gran parte del sentido de los fantástico que inunda Canción de hielo y fuego proviene de esa pregunta que R.R. Martin se hizo en el Muro de Adriano: ¿qué tipo de criatura podría surgir de esos bosques? La respuesta -más allá de su condición de linde con los bárbaros- la encontró en los rastros de mitología nórdica. Lo otro, los "otros", en las tierras de raigambre celta, tiene connotación de fatum, de lo terrible feérico.

En el macrocosmos de Martin, la leyenda nos dice que los Niños del Bosque habitaban las tierras de Poniente desde antes de la llegada de los Primeros Hombres. El libro de las invasiones de Irlanda nos habla de la gente del sidhe (hadas, elfos y demás ralea): un pueblo antiguo, menudo, moreno y mágico que habitaba las islas antes de la llegada de los milesios (los primeros hombres), que los obligaron a recluirse en bosques y colinas. La existencia de este pueblo sobrenatural quedó, también, relegada al ámbito de lo legendario.

George R. R. Martin toma, además, el aura referente a las gentes del sidhe en su sentido más temible para poner en pie a sus Caminantes Blancos: "Extraños, hermosos. Un sidhe helado", le escribía al dibujante Tommy Patterson.

Las cabalgadas de las gentes del sidhe pueden ser terroríficas, como bien sabe el folklore inglés. En sus correrías, las jinetes del sidhe podían montar sobre piezas de ganado, que amanecían sudorosas e inmóviles. Una de sus "caricias" (fairy stroke) podía dejarte sin habla o paralizado. La estampa de los jinetes sobrenaturales viene de lejos: el ejército de Wotan, las almas de los guerreros de Odín, el ejército furioso bretón, que cabalga anunciando catástrofes y muertes y nos ha sobrevivido, en Galicia, como la Santa Compaña.

La entretenida mitología desarrollada por George R.R. Martin recoge también, en parte, el pulso de creencias que salpicó Europa durante siglos. La religión de Los Siete refleja un culto panteísta de carácter integrador. La fe en sus dioses, de corte tremendamente clásico -el padre, la madre, el guerrero, la bruja, el herrero, la doncella y el extraño (la muerte)-, contrasta con el fanatismo mesiánico del culto oriental al Dios Rojo. Las gentes de Invernalia, sin embargo, mantuvieron para Martin la antigua fe animista -al igual que ocurrió en los países del norte de Europa: Finlandia no fue cristianizada hasta los siglos XII-XIII-, con su sentido de conexión con la naturaleza, la adoración a los árboles y los cuervos como mensajeros -como lo eran Hugin y Munin-.

"En Hollywood han aprendido que, al interpretar un fenómeno de fans, no hay que separarse del espíritu original de la obra. Se pueden permitir cambios menores, de narrativa televisiva, pero nunca de espíritu. Y todo eso, la atmósfera y el mundo de R.R. Martin, se mantiene en Juego de Tronos: de hecho, él mismo firma un guión por temporada -comenta Francisco Rodríguez Prieto-. Como cualquier fan sabe, el gran momento de esta temporada será la Boda Roja, ya que probablemente el asalto al Muro se prepare para la cuarta entrega: se intentan hacer pocos episodios por temporada para mantener los costes a raya. Pero, por eso mismo, creo que es de lo mejor que se puede hacer en una serie de televisión hoy día, con las limitaciones propias de tiempo y producción".

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