Cultura

Bella, pero sin seso

A un cierto tipo de artistas triunfadores les gusta contar historias sobre la frustración o la mediocridad de la gente corriente a la que sólo son capaces de imaginarle dos destinos: sentirse frustrados por no vivir como viven los artistas y no ver cumplidos sus sueños (que suelen parecerse sospechosamente a los más rancios tópicos hemingwayanos sobre la bohemia americana en Europa, especialmente en aquel París que siempre era una fiesta); o ser sórdidamente mezquinos y asfixiantemente mediocres si se sienten felices con la vida que llevan en sus barrios residenciales. Es esta una forma de esnobismo y de clasismo peor que el de los Country Club que denuncian estas novelas y películas; que, por cierto, nada tienen que ver con la ira y la compasión con las que el grandísimo John Cheever se acerca a estos mundos en sus excepcionales cuentos y novelas. Seamos serios: o Doris Day o John Cheever, sin estos tramposos términos medios fabricados para clases medias con complejo de serlo; que ignoran que la mediocridad está en ellos y se la llevarían puesta allí donde fueran.

De estas cosas trata esta película pulcramente rodada, excepcionalmente interpretada por el dúo de Titanic (y un buen elenco de secundarios encabezado por la siempre grande Kathy Bates, otra pasajera de aquel Titanic en el que interpretaba a Molly Brown) y primorosamente -hasta bordear el limite del exceso- ambientada. ¿Qué cuál es este límite que la ambientación no debe transgredir? El que evidencia la infatuación esteticista que suele encubrir una impostura. Algo de ello había en American Beauty, pero la fuerza cortante del guión lo neutralizaba. Más de ella había en Camino a la perdición -frustrando algunos grandes momentos: la matanza bajo la lluvia, la muerte de Hanks-, pero la fuerza de la historia, la brillantez narrativa y la verdad que Hanks imprime a sus personajes lo atenuaba. En Revolutionary Road la debilidad del guión -por mucho que esté basado en una respetada novela de Richard Yates- no neutraliza ni atenúa la infatuación esteticista que delata una impostura dramática o emocional.

La historia de este matrimonio guapísimo que se asfixia en su confortable casa de un barrio acomodado porque no ha podido realizar sus sueños de juventud (sobre todo el americanísimo de irse a París) no halla el tono de la verdad fílmica que podría darle sustancia dramática, quedándose en un bello, decorativo y muy bien interpretado merengue que se deshace en los ojos sin alimentar ni la inteligencia ni el corazón. Bella, pero sin seso: como le dijo la zorra al busto.

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