Cultura

Balzac y una cierta tendencia

Novelada por Honoré de Balzac en 1831 a partir de un caso real de crímenes cometidos en una posada de montaña, L'auberge rouge cuenta con dos adaptaciones cinematográficas previas, una muda dirigida en 1923 por Jean Epstein y una sonora protagonizada por Fernandel y dirigida en 1951 por Claude Autant-Lara a partir de un guión de Jean Aurenche y Pierre Bost, quienes se convertirían en la principal diana de los dardos envenenados lanzados por Truffaut contra el cine de qualité en su ya famoso artículo Una cierta tendencia del cine francés publicado en Cahiers du Cinéma en 1954. El director de Los 400 golpes se alzaba rabioso contra ese cine caligráfico basado en los guiones literarios, la estética de estudio y la vieja escuela interpretativa, para reivindicar nuevos aires y un necesario relevo generacional en la industria en el que iba a ser uno de los textos fundacionales del espíritu de la nouvelle vague.

Han pasado más de cincuenta años de aquello y la generación de Autant-Lara, Aurenche o Bost ya ha sido rehabilitada por la Historia de aquella quema ocasional. No es menos cierto que esta nueva versión incide en las mismas características denunciadas por Truffaut: a saber, estamos ante una mirada granguiñolesca a un material anacrónico, interpretada por tres pesos pesados de la comedia popular francesa de hoy, Gérard Jugnot (Los chicos del coro), Josiane Balasto (Felpudo maldito) y Christian Clavier (Los visitantes), en un contexto plenamente escenográfico y dirigida en clave hipertrófica por un director (Gérard Krawczyc) que viene de firmar tres entregas del infame blockbuster de acción Taxi.

La mezcla, lejos de ser explosiva o revitalizante, apela a un modelo cómico grotesco y de trazo grueso que quisiera emparentarse con el Polanski de El baile de los vampiros o el Burton de Sweeney Todd pero que sin embargo se recrea hasta la extenuación en el carácter irreductiblemente francés de su material y sus intérpretes y en el tono de vodevil negro con situaciones resueltas entre gags no especialmente sutiles y una puesta en escena que no trasciende nunca su origen teatral. Cargante y reiterativa, rebajada la sana carga anticlerical del original, esta nueva versión de El albergue rojo confirma una cierta tendencia del cine francés a seguir explotando material apolillado y la, al parecer inevitable, deriva posmoderna que aspira a camuflar en infantilismo de los productos con una vistosa superficie de excesos visuales.

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