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Una mudanza que fue una revolución cultural y política

  • Metamorfosis. La barriada la encargó construir el Gobierno de los Estados Unidos para oficiales de las bases aéreas de San Pablo y Morón. Cuando se fueron, los relevó una generación de jóvenes progresistas en las antípodas ideológicas

La metamorfosis cultural e ideológica de la barriada de Santa Clara -su nombre completo es Ciudad Jardín Santa Clara de Cuba- es tan espectacular que sería preciso el concurso de un antropólogo para conocer bien las claves de ese cambio. Si uno tiene la fortuna de que su anfitrión es un catedrático de Antropología, la suerte está de su lado.

El destino de Salvador Rodríguez Becerra (Cortes de la Frontera, 1943) cambió el día que se casó con María Luisa Romero. Eso ocurrió el 5 de septiembre de 1973. La barriada de Santa Clara había sido construida dos décadas antes, cuatrocientas viviendas de siete tipologías distintas. Una jerarquía arquitectónica ajustada a la jerarquía castrense, desde sargentos a coroneles, que el Gobierno de los Estados Unidos, en aplicación del convenio suscrito por Franco con Ike Eisenhower, destinó a los militares de las bases aéreas de San Pablo y de Morón de la Frontera. En cierta forma, este barrio existe gracias a la guerra fría.

En la calle Salto de Alvarado llegaron a residir siete candidatos a diferentes elecciones

"El barrio no era de la ciudad, del Ayuntamiento ni del Gobierno Civil", dice Rodríguez Becerra, que muestra una placa que le entregaron en el club por sus cuarenta años de residencia en el barrio. "Tengo el número 43 de antigüedad". El Gobierno de Estados Unidos le encargó la construcción de la barriada a una empresa socialmente radicada en Jerez cuyo gerente, Enrique Fernández de Bobadilla, da nombre a la plaza del centro comercial, una construcción más moderna. "Eso sí, con la supervisión de un arquitecto norteamericano".

Aunque estuvieron mucho más tiempo que Mr. Marshall en Villar del Río, los americanos finalmente se marcharon. "La empresa se planteó qué hacer con todo eso". La fórmula fue alquilar esas viviendas. Los militares de un país que había mandado a sus tropas al Vietnam se iban a ver relevados en este caserío por una generación de población autóctona que enarbolaba las pancartas de haz el amor y no la guerra.

Como Evans-Pritchard o Malinowski entre indígenas o Pitt-Rivers en Grazalema, este antropólogo, hijo de guardia civil, disecciona la tribu de sus convecinos. "Aquí vienen sobre todo gente progre que estaban en contra de la propiedad privada y por supuesto de esa costumbre tan arraigada de comprarse un piso antes de casarse o recibirlo de los padres o de los suegros".

Rodríguez Becerra vive desde que llegó en la calle Salto de Alvarado. "Con los americanos las calles no tenían nombre, cuando llegamos vivíamos en el N4B". El destino le estaba esperando. Este investigador, a raíz de su paso por la Universidad de Pennsylvania, hizo la tesis sobre la conquista de Guatemala, cuyo principal artífice fue Pedro de Alvarado, capitán de Hernán Cortés inmortalizado en esta calle por el Salto de la tercera zanja de la calzada de Tlacopán. Una calle para recordar un salto ya tan legendario como el de Bob Beamon en los Juegos de México 68. Muy cerca está la calle Aztecas por la que camina quien fue profesor de Historia Antigua Prehispánica.

El cambio cultural y político fue de tal calado que este antropólogo dice que la calle en la que vive debió llevar en tiempos una señal que dijera Tramo de Concentración de Políticos. "Aquí llegaron a residir siete políticos que se presentaron a diferentes elecciones nacionales, autonómicas o municipales en la Transición". Y menciona a Amparo Rubiales, Manuel Ramón Alarcón, Fernando Pérez Royo, Diego de los Santos, Juan Carlos Aguilar... Tres de ellos, ocuparon escaño en el Congreso de los Diputados.

Cuando la hicieron estaba alejada del mundanal ruido. Como aliciente para sus pobladores, hicieron un club "con una piscina fantástica". El único edificio religioso que existía era el actual Colegio San Agustín, donde se oficiaban misas católicas y protestantes según las creencias. Misioneros y conquistadores pueblan el callejero de Ciudad Jardín Santa Clara, Garden City en la nomenclatura norteamericana. El barrio ha recuperado el carácter de zona residencial que tuvo hace más de cuarenta años. El tráfico se ha remodelado con señales verticales y horizontales y se han colocado señales de límite de la velocidad de 20 kilómetros por hora, equivalente a las 15 millas por hora americanas.

Como puede ocurrir en Triana o San Bernardo, junto al centro comercial están la Peña Bética, fundada en 2007, y la Sevillista, de 2010, ambas con el epíteto Cultural delante. La segunda tiene a Josele como presidente de honor. En la casa del humorista había unos estudios de grabación donde estuvo Camarón. Carlos Cano era huésped de la casa del andalucista Diego de los Santos.

En la plaza del centro comercial, el jefe de mantenimiento poda los naranjos injertados de limones. Se llama Felipe González y cuenta el apuro que le dio hace poco cuando se presentó para un trabajo de rutina en la vivienda de Alfonso Guerra, vecino de la barriada con quien Rodríguez Becerra coincide muchas veces "cuando vamos a comprar el pan". Juan Ramón Pérez llegó a ser el jefe de cocina más joven de Sevilla. Hace 18 años compró Casa Pepi de comidas caseras. Una institución del barrio, con setenta platos diferentes y una plantilla de quince personas. El antropólogo siempre se lleva espinacas con garbanzos cuando se escapa a su paraíso en Zahara de la Sierra. El cocinero conoce bien el barrio. "Lo hicieron en forma de pistola para que el que entrara de fuera no supiera salir".

La nueva población de Jardín 27 y Jardín 29, primeros bloques de altura, ha rejuvenecido el barrio y le da vitalidad al club.

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