El lanzador de cuchillos

Un pastor rodeado de lobos

Ratzinger nunca buscó el poder. Era un un hombre discreto y luminoso más apto para alumbrar que para deslumbrar

Me recuerda google que hace ya cinco años de la emocionante imagen de Benedicto XVI sobrevolando Roma en un helicóptero del Estado Italiano, camino del retiro voluntario.

A los papas se les suelen reconocer pocos méritos, pero sería injusto no ponderar la honestidad, la sencillez y la categoría intelectual de Joseph Ratzinger.

A mí me fue ganando poco a poco. Y reconozco que sentí un piccolo brivido cuando la Guardia Suiza cerró las puertas del Palacio de Castelgandolfo, a las ocho en punto de aquella tarde de febrero de 2013, dejando dentro a Ratzinger con sus libros, sus oraciones y su soledad. Otro tipo de soledad, distinta, más llevadera que el aislamiento y el desamparo experimentados en sus últimos meses en las estancias vaticanas.

Ratzinger nunca buscó el poder. Se sustrajo al juego de las maniobras y las intrigas curiales, el lujo le resultaba extraño. Cuando, siendo arzobispo de Munich, Juan Pablo II lo llamó a Roma, sólo se llevó su poblada biblioteca y un piano. Wojtyla, su mentor, era un tsunami, un hombre de acción, un animal escénico que enfervorizaba a las masas con su sola presencia. El alemán era un profesor tímido, un ratón de biblioteca, un hombre discreto y luminoso más apto para alumbrar que para deslumbrar.

La baja política y la burocracia, consustanciales a la jerarquía romana, los escándalos de vatileaks y los abusos sexuales a menores tanto tiempo silenciados, por los que pidió público y sincero perdón, hicieron mella en el ánimo de Benedicto y fueron determinantes en su decisión de renunciar al ministerio petrino, aunque desde las instancias oficiales y los medios afines se pusiera el acento en la merma de facultades físicas y psicológicas de un anciano de ochenta y cinco años. Es curioso, por cierto, que los mismos que defendían que Juan Pablo II debía morir con las sandalias puestas porque "el Papa no puede abandonar la cruz" son los que después ponderaron "la honestidad y valentía de Benedicto XVI" y destacaron que se trataba de un ejemplo a seguir para aquellos que se aferran a su puesto de mando. Quienes incurren en tan flagrantes y ridículas contradicciones nutren, de manera inconsciente, las filas de la Cofradía del Flaco Favor, que ha contribuido de manera notable a la secularización de la sociedad.

Ha pasado un lustro y ahora Ratzinger no es más que un peregrino en la última etapa de su camino. Un trecho final que decidió recorrer en soledad el día que se dio cuenta de que era un pastor rodeado de lobos.

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