La violencia que acompaña a una serie de delitos, incluso sexuales, perpetrados por menores de edad dentro de los centros escolares, es la punta de un iceberg de desaciertos en la labor de instruir a los chicos. Hace unos días escuché el discurso que Don Isaac Querub Caro, presidente de la Federación de Comunidades Judías en España pronunció en el Senado con motivo del septuagésimo tercer aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Entre otras cosas habló de la importancia que tiene la educación en la formación de los seres humanos y el papel que juega para evitar que acontecimientos tan vergonzosos como el holocausto se puedan repetir.

Mencionó a Erick Fromm y su concepción de que la educación tiene que estar basada en la construcción del ser, cosa que parecen haber olvidado los gestores de los sistemas educativos actuales, incluso los de nivel superior. En sus orígenes, las universidades involucraban en su misión la formación de la persona, lo cual ha quedado rezagado en nuestros días, pues parece que todo consiste en proporcionar a los alumnos la tecnología y las habilidades suficientes para que desempeñen con eficiencia las funciones requeridas por el mercado laboral. De esta manera no solo se obvian la difusión del saber, la discusión y la universalización del conocimiento, sino también los valores que deben regir la vida de cualquier individuo. Lo anterior impide la transmisión, asimilación y desarrollo de la cultura, pilares básicos para no sucumbir a la entronización de la mediocridad. Don Isaac Querub mencionó que el camino a Auschwitz estuvo pavimentado por la indiferencia. Y es esa misma indiferencia la que subyace bajo las agresiones que se suscitan entre jóvenes, adolescentes y niños. Es imperativo formarles como personas e impedir que la laxitud de algunos sistemas se apodere de sus mentes y de sus corazones incitándoles a la práctica de acciones reprobables que hieren a quienes les rodean.

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