En días pasados se difundió en los medios de comunicación la carta de la profesora Eva María Romero, quien imparte clases en un instituto de Marchena. La leí con atención ya que al compartir profesión, aunque yo lo hago a nivel universitario, quise conocer su reclamo.

Me sorprendí al ver las semejanzas en nuestros puntos de vista. Coincido con ella en la creciente falta de educación del alumnado, ya que cada nuevo curso son más los alumnos que demuestran con creces sus carencias en cuestiones tan básicas como la forma de dirigirse al profesorado y de no respetarle mientras explica su lección. Ni qué decir cuando entregan trabajos con faltas de ortografía tan garrafales como escribir las conjugaciones del verbo haber prescindiendo de la hache.

Por supuesto que también hay alumnos extraordinarios, ávidos de aprender, que renuevan la esperanza en las nuevas generaciones. Pero por desgracia hay muchos que se muestran apáticos y con muchas expectativas de aprobar sin esforzarse.

Sé que haber crecido en una sociedad, que como dice la profesora de Marchena, ensalza la ignorancia, debe ser difícil. Sobre todo si se carece de una visión crítica y de unos valores sólidos que permitan apreciar la diferencia entre lo noble y lo deleznable. Por su juventud son proclives a seguir tendencias, pero los personajes anodinos que se admiran hoy en día, aunque famosos y adinerados, no son de oro, sino del más vulgar de los barros.

Los profesores estamos ansiosos de tener alumnos con iniciativa, interesados en información significativa, que pregunten, que defiendan sus puntos de vista con argumentos sólidos, que puedan observar e interpretar su mundo sacando conclusiones relevantes que les conduzcan a actuar de manera acertada en la vida. Sólo así se logrará remontar el atraso que nos ha impuesto tanta absurda modernidad.

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