Tras la muerte por leucemia del joven malagueño Pablo Ráez, quien a través de las redes sociales logró hacernos partícipes de su lucha y movilizó a las personas para que donaran médula, un acontecimiento posterior ha vuelto a hacer que muchos se sientan defraudados por la manera en que la sociedad actual se desenvuelve.

Me refiero a la gala Drag Queen del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, donde ganó la actuación de Drag Sethlas quien de manera irreverente apareció vestido como la virgen María y luego como un Cristo crucificado. Me pregunto qué se debe de tener en la cabeza, o de qué se debe carecer, para que sin la mejor reflexión se ofendan los sentimientos religiosos de millones de católicos. No hace falta llegar a excesos para ser transgresores. No hay excusa alguna para pasar por encima de los demás y reivindicar así una manera de ser y de pensar.

Cuando vi a aquella multitud vitoreando tan insensata actuación recordé la historia de Moisés, cuando bajando del monte con las tablas de la ley encuentra a los israelitas adorando a un becerro de oro. Imagino la escena y puedo experimentar la desesperanza que sintió.

La diversidad es una riqueza para cualquier sociedad. Pero hay que saber desenvolverse dentro de ella para que pueda dar frutos. No es necesario avasallar al otro ni faltarle al respeto enarbolando la bandera de la libertad de expresión. Al contrario, es a través de la empatía como nos podemos acercar al que se percibe diferente, al que no piensa de la misma manera, al que tiene creencias religiosas que no se comprenden, que tampoco se comparten, pero que tiene derecho a tener. Los conflictos no se resuelven agrediendo sino dialogando, acatando un orden dentro del cual todos se sientan libres de expresarse, pero a la vez, donde todos se sientan protegidos de los ataques que, sin motivo alguno, puedan recibir de los que no comulgan con sus ideas.

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