EnciclopediadelaLÍNEA

Los patios de vecinos

  • TOMO VEl quinto volumen de la Enciclopedia de La Línea se titula 'Barriadas, calles y patios de vecinos de La Línea de la Concepción', en el que Miguel del Manzano hace un repaso de las zonas históricas de la ciudad

El patio de vecinos y las casitas de una sola planta eran las edificaciones más usuales en La Línea de la Concepción a mediados del siglo XX. Como consta en el libro Los patios vecinales linenses, de Joaquín Cobos Romero, que tan amablemente nos ha facilitado su hermano Manuel, "el aumento casi masivo y constante, en las primeras décadas de esta ciudad, provoca una población flotante y vegetativa que condujo a la necesidad de acomodar y albergar esta población, mediante un sistema constructivo rápido y liviano (dadas las limitaciones militares y fiscales de la época), apoyándose, sin duda, en el viejo modelo moruno del corral o adarve, tan ampliamente introducido en Andalucía".

En los años 50 del siglo pasado se contabilizan más de 70 patios en nuestra ciudad, de una sola planta o de dos. El subsuelo arenoso, con un nivel freático muy alto, limitaba entonces la altura de las construcciones. Los patios de dos plantas, casi en su totalidad, tienen un trazado rectangular, mientras que los de una sola planta se acomodan al solar o terreno existente. Esto nos lleva a considerar que los patios de dos plantas fueron construidos en base a un proyecto más complejo, realizado por un arquitecto, y que conllevara algún tipo de expropiación o compra de fincas colindantes que permitieran esa traza o planta rectangular.

La mayoría de los vecinos vivían en un cuarto con cocina, sin aseo ni ducha

Los patios de dos plantas presentan crujías de tres a cuatro metros de fondo y paralelas a las fachadas. Interiormente las viviendas disponían de un porche cubierto en planta baja, dejando en su centro el patio vecinal. En la planta alta, ese porche se convierte en galería, a veces cerrada mediante cristaleras, a veces abierta. Mientras que en los patios de una sola planta las cubiertas son de teja a una o dos aguas; en los de dos plantas, las cubiertas son azoteas, unas visitables y otras, no, construidas a la 'andaluza', con pretiles muy estudiados arquitectónicamente.

Respecto a los de una sola planta, y como ya se ha comentado anteriormente, su traza se ajusta al terreno disponible, presentando las siguientes características. La casa-portón o edificación con fachada a la calle dispone de dos crujías paralelas a la misma, con una profundidad entre siete y ocho metros como máximo. Las construcciones interiores o adosadas a linderos colindantes, presentan una sola crujía, con una profundidad de tres a cuatro metros.

Cada vivienda o partido del patio de vecino constaba de una o dos habitaciones por familia, con una cocinita situada a la entrada de la vivienda, bien en un poyete, en una alacena o dentro de un cuarto común. Respecto al aspecto sanitario, en su mayor parte, disponía de uno o dos retretes comunes (cuartitos se denominaban aquí), un pozo para el abastecimiento de agua potable (a veces bastante salobre) y, en algunos patios del centro de la población y ya en fechas más recientes, disponían de un grifo con agua corriente, asimismo bastante salobre, proveniente de irnos depósitos elevados existentes en unos terrenos cerca del Hospital Municipal.

Los patios fueron la base de la convivencia ciudadana en buena parte del siglo XX en La Línea. La masiva llegada de gente de fuera en las primeras décadas de aquella centuria obligó a construir la gran mayoría de ellos, aunque otros muchos se remontan al siglo anterior.

En los patios había de todo, desde buen ambiente plasmado en fiestas y celebraciones hasta malas relaciones pasando por estrecheces y molestias de lo más variadas.

Cada patio, además, llevaba un nombre característico por razones muy diversas: Seruya, Negrotto, Bandarra, de Las Latas, de Los Huesos, del Inglés, La Serrana, Quiñones, Viñas, Perea, Los Balcones, Los Blanquillos, Mosquito, Celeste, Las Canastas, Lima, Loro, Carmona, Cañamaque, El Dique...

Pasaba como ahora con los nombres de los edificios, aunque menos rebuscados y más directos en función de quién lo habitaba o qué circunstancia lo caracterizaba. La gran mayoría de los patios estaba formado por una entrada más o menos grande, un pasillo generalmente cubierto y luego el patio en toda su extensión y con muy variada forma, desde el alargado hasta el cuadrado o rectangular pasando por el de dos plantas y el de azotea. Las casas tenían una cocina con la hornilla y una habitación interior que servía de salón; algunos, los menos, tenían un cuarto de baño (de uralita, por supuesto) y dormitorio de todos.

En estos patios se celebraban hasta bodas, algo impensable en la actualidad. A nadie se le caían los anillos, nunca mejor dicho, y la convivencia en esos días especiales era inolvidable porque se disfrutaba de la fiesta con las personas con las que se convivía las veinticuatro horas del día y sin que los gastos superaran nunca las posibilidades económicas de la pareja.

También había otras clases de celebraciones y fiestas. Eran muy populares las Cruces de Mayo, que se montaban, normalmente en el centro del patio. Con irnos cajones cubiertos por blancas sábanas y rematados con una imagen de la Virgen o una gran cruz. No faltaban los candelabros, las bandejitas plateadas y los floreros con vistosas flores. Los críos fabricaban unas moñitas de papel de diversos colores y con un alfiler se le insertaban en las solapas o en los vestidos de las personas a cambio de unas perras gordas. Durante el mes de mayo, se celebraban bailes los sábados en muchos patios, amenizados por una orquesta u orquestina, dependiendo del presupuesto de los vecinos.

En la semana de nuestra incomparable Velada y Fiestas del mes de julio se organizaban concursos de patios adornados, que todos los años convocaba el Ayuntamiento, provistos de sustanciosos premios en metálicos a los ganadores. Con estos concursos de patios de vecinos adornados, se pretendió recuperar una costumbre tradicional, pero al ir paulatinamente desapareciendo los patios, debido a la construcción de modernos bloques de viviendas, fue decayendo la convocatoria de los citados concursos, hasta quedar extinguido totalmente. También se celebraban fiestas en los patios cuando nacía o se bautizaba el hijo de un vecino, en las primeras comuniones, bodas, etc.

Asimismo, se organizaban funciones de teatro, representadas por los propios vecinos. Tertulias al aire libre en las cálidas noches veraniegas, confraternizando viejos y jóvenes en animadas y amenas charlas, donde se contaban chistes o se comentaba el chisme o noticia del día, mientras los niños jugaban a la rayuela en el patio, o al escondite, lo que no impedía que otros vecinos descansaran en las hamacas plegables o mecedoras en las puertas de sus viviendas.

En las noches de invierno se reunían en la vivienda de uno de estos vecinos, donde en tomo a una mesa camilla calentada por el brasero de carbón vegetal (aquí se llamaba la copa), pasaban la velada jugando a la lotería de bolos, a las cartas, con juegos como la brisca, el cinquillo, etc. O se leían a la luz de un quinqué o de una modesta lámpara incandescente de 25 watios las novelas por entrega, aquellos folletones que escribían Luis de Val y Antón Dacona, con títulos tan sugestivos como: Los hijos del arroyo, Gorriones sin nido o Los amores de una loca, que hacían llorar a las mujeres y enternecer a los hombres. Eran tantas las costumbres y formas de divertirse la de aquellos patios de vecinos, que describirlas todas resultarían interminables.

El gran acontecimiento, según la época, llegaba cuando alguno de los inquilinos, generalmente los más afortunados, adquirían el nuevo y deseado electrodoméstico de moda, sobre todo la tele. Ya era raro el día en que no se recibían visitas para ver los programas más insospechados, de mucha calidad entonces y que provocaban que el dueño tuviera que estar despierto hasta que sonaba el himno, porque a fulanito le gustaba Historias para no dormir. Lo mismo sucedía con los aparatos de radio, sobre todo cuando se producían acontecimientos como los grandes partidos de fútbol, las guerras o las bodas regias y principescas.

Las grandes estrecheces, superadas por las escasas aspiraciones de la época, estaban en los servicios. La mayoría de los vecinos vivían en un cuarto y cocina, sin aseo ni ducha. Lavarse era un acontecimiento semanal propio de los sábados y las necesidades fisiológicas había que organizarías porque el retrete podía estar ocupado en el momento más inoportuno, como la canilla, que en algunos patios era la único fuente de agua, ya que la mayoría de las casas no tenían suministro individual.

Luego llegaba otra de las estrecheces, aunque los niños de antes eran de otra madera. Cuando en un patio vivían diez o doce niños había que estar vigilante para que no hubiera destrozos y para no tropezar con los soldaditos que alineaban por el patio. Los escándalos, además, amargaban a las abuelas, que perseguían la tranquilidad de hacer knitting o escuchar la radionovela.

Las mujeres se preocupan siempre de que el patio presentara un aspecto envidiable, con macetas por todas partes, fregado diario, blanqueo de fachadas (sobre todo en los días de fiesta), baldeo de las puertas..., es decir, aparte de las tareas del hogar propiamente dichas se preocupan del patio aunque, la verdad sea dicha, tampoco había mucho que trabajar en un cuarto y cocina.

Los patios fueron una muestra del talante liberal y democrático de La Línea. En muchos de ellos, los propios dueños vivían mezclados con los inquilinos, sin esa barrera de clases que predominaba por toda España.

Las costumbres de los patios linenses son dignas de cualquier tipo de análisis sociológico y de cualquier buena novela costumbrista. Su belleza, los pozos, que tanto hicieron en época de escasez, las macetas de geranios y azucenas, la estampa del Cristo o de la Virgen que salvaguardaba a los moradores...

Podríamos decir que los patios de vecinos presentaban, como casi en todos los órdenes de la vida, parte positiva y otra más negativa. En esta última se relaciona con las condiciones infrahumanas de habitabilidad de la mayoría de las viviendas de los menos favorecidos por la fortuna, es decir, los trabajadores. En habitáculos de tres metros y medio por tres y medio convivían familias enteras de hasta ocho personas, un lugar apenas sin ventilación, que servía de comedor y sala de estar durante el día y de dormitorio por la noche.

Sin embargo, aquellos sufridos vecinos supieron hacer frente a la adversidad, no sólo con sus justos clamores de justicia social, sino también con abnegación, dignidad y una solidaridad a toda prueba. Con voluntad, arte y laboriosidad personal imprimieron a los patios unas comodidades y alegría colectiva jamás imaginadas.

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