La Línea

José Luis Villar va a las fuentes del Oro, esplendor de Al Andalus

  • La investigación sobre el oro del Níger, sustento de la civilización omeya y almohade, propició un curioso viaje del pasado andalusí al sueño andalucista

José Luis Villar, Manuel Pimentel, Rafael Valencia y Enriqueta Vila.

José Luis Villar, Manuel Pimentel, Rafael Valencia y Enriqueta Vila. / josé ángel garcía

Hubo un tiempo en que el norte de África fue el sur de un sueño. Entre los siglos VII y XIII, caravanas de camellos cruzaban el desierto del Sahara en busca del oro de la curva del Níger. El oro era el instrumento del poder, el icono de la política. Sus huellas doradas las siguió José Luis Villar (La Línea de la Concepción, 1960), primero en una tesis doctoral que le dirigió Magdalena Valor; después, en un libro, Al-Ándalus y las Fuentes del Oro (Almuzara) que el jueves presentó en la Casa de los Pinelo, en Sevilla.

Las guerras púnicas o las guerras carlistas ya no generan ninguna polémica, pero ese periodo de la Alta Edad Media, el canto del cisne de omeyas y almohades, sigue incrustado "como magma sociológico en el subconsciente colectivo". Es lo que más le fascina a Manuel Pimentel, el editor, del libro de Villar.

La búsqueda del oro amplió los mapas y revolucionó la cartografía, universalizó la ambición y también la piedad. Fue de la Ceca a la Meca, se corporeizó en la Torre del Oro y todavía vale un potosí. Un arabista, Rafael Valencia, y una americanista, Enriqueta Vila, académicos de Buenas Letras, apadrinaron al historiador. "El oro, la religión y el comercio han sido las tres razones que han estado en las grandes civilizaciones", dice Enriqueta Vila, que formó parte del tribunal de la tesis y volvió en su lectura a las clases de Historia de los Descubrimientos que impartía Francisco Morales Padrón.

Villar y Enriqueta Vila formaron parte del equipo municipal con el que Alejandro Rojas-Marcos emprendió en 1987 su regreso a la política, certificado cuatro años más tarde con la reconquista de la Alcaldía de Sevilla. Además de estos tres, la añoranza del grupo andalucista la completaban Mariano Pérez de Ayala, Juan Ortega, Antonio Ardila y Agustín Villar, hermano del autor y autor de los mapas del libro.

Rafael Valencia dice que el califa Abderramán III nombraba desde Córdoba al gobernador de Fez, ciudad cuyas ordenanzas municipales siguen teniendo reminiscencias de las ordenanzas de Sevilla. Salvo que los camellos no nadan, la figura la aporta Enriqueta Vila, la americanista encuentra grandes paralelismos entre las dos fiebres del oro, la que enloqueció a Lope de Aguirre y la que convirtió a Masan Musa, emperador de Malí, en el hombre que todavía a día de hoy sigue siendo el más rico de todos los tiempos ajustando su patrimonio a los ciclos de la inflación. Idénticas motivaciones y mecanismos los movieron, curiosas similitudes en la autoridad indiscutible de quienes mandaban en las caravanas o en la flota de Indias; en la duración de los viajes, en que en ambos casos el agua escaseaba. Oceánica paradoja.

José Luis Villar cita a Platón, "el conocimiento nace del asombro", para explicar su trabajo como una superposición de tres asombros: el asombro infantil de ser hijo de una profesora de Historia; el asombro de una visita juvenil a la mezquita de Córdoba; el más moderno de encontrar rescoldos de identidad andalusí en el pueblo de los arma, en la curva del Níger, donde buscaban el oro las caravanas procedentes de Siyilmasa, que llegó a tener cuarenta mezquitas y hoy es una mina para arqueólogos.

El oro fue el sustento de las civilizaciones omeya y almohade; de esta última dice José Luis Villar que está tan presente en Sevilla -no hay más que mirar a la Giralda- que su revolución urbanística mantuvo sus secuelas hasta finales del siglo XIX y sólo es comparable a los cambios que trajeron a la ciudad las exposiciones capicúas del 29 y del 92.

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