La tribuna

El porqué del Cerro del Águila

  • Contar lo que sucede esta mañana es uno de los regalos que me ha dado la profesión

La Virgen de los Dolores tras salir de su parroquia.

La Virgen de los Dolores tras salir de su parroquia. / Belén vargas

Hoy estreno medalla. Desde ayer aguarda encima de la mesilla de noche la llegada de este día. Anoche la limpié, la miré, sonreí y suspiré. No es de plata. Ni de oro. Pero eso es lo de menos. Es mi medalla, la medalla de la que, desde hace pocos días, es oficialmente mi hermandad: la Hermandad del Cerro del Águila. No te tenía hasta hoy y ya te quería. Quiero a tu barrio desde hace muchos años. Sí, te hablo a ti, Angustia. Te fuiste hace mucho pero cuando, cada Martes Santo, entro por la avenida más importante del mundo, este día y esta mañana, Afán de Rivera, mi primer pensamiento va para ti. Porque tú me enseñaste a querer a tu barrio. En realidad me enseñaste mucho más. De tu boca salían los piropos más sencillos y más auténticos que nunca antes había oído. Me abriste la puerta de tu casa, de tu hogar. Me gusta esa palabra. Hogar. En muchos hogares hoy, a esta hora, están reunidos abuelos, padres, hermanos y primos alrededor de túnicas, capirotes y capas. Hay fotos, ausencias, savia nueva, lágrimas. Amor. Y comenzamos a tejer nuestros recuerdos, aquellos que en un futuro nos alimentarán el alma. Hoy vuelvo a ti recordando nuestras primeras charlas en tu cocina. Me enseñabas recetas de cuaresma. Y allí estaba Dios. ¡Claro que estaba! ¿No enseña Santa Teresa que Dios está entre lo pucheros? Y tanto que lo estaba. Porque mientras me explicabas cómo se hacía el bacalao con tomate, tú me hablabas del barrio y de tu Virgen. De tu Virgen y del barrio. Qué más da. Es todo uno. ¡Y cómo lo hacías! Te escuchaba atentamente y pensaba: cuántas maneras hay de estar cerca de Dios, de rezarle. Esa era una de ellas. Angustia era una mujer entregada a su barrio y a su hermandad que hablaba con sencillez y el alma desnuda. ¡Si me vieras hoy con la medalla colgada sobre el cuello! Te sentirías orgullosa y me darías muchos besos. Esos que siempre me dabas al inicio de la transmisión y que ahora recojo cada mañana de Martes Santo cuando vuelvo al barrio, a mi casa. Angustia se fue pero me dejó el mayor tesoro, su Virgen de los Dolores, su cofradía que ya es la de las dos. Contar todo lo que sucede esta mañana en el barrio del Cerro del Águila es uno de los mejores regalos que me ha dado la profesión. Da igual cómo amanezca el día porque el barrio brilla por sí mismo. Sus balcones lucen hermosos, los vecinos visten sus mejores galas. Yo avanzo por la misma avenida que luego recorrerá la cofradía, con prisas. En el atrio aguardan los de siempre. Mi compañero José Manuel de la Linde, sin él no sería lo mismo, y los incondicionales Elena Carazo y Javier Márquez, de la Cadena Ser. Pregúntenles a ellos si yo exagero cuando hablo del Cerro. ¡Ah!, y en nuestros corazones siempre está Pepón, de Radio Nacional, que, aunque ya no esté con nosotros, siempre nos acordamos de él. Siempre. Qué verdad es que las buenas personas, la gente de corazón, y él lo era y mucho, nunca mueren.

Y se abren las puertas de la parroquia y sale la cruz de guía y la gente aplaude y todo es emoción. ¿Saben por qué cruzo la verja del atrio y hablo con las vecinas del Cerro? Porque ellas mejor que nadie saben describir lo que yo no acierto a contar. No hace falta ser poeta. Ellas lo son. No hace falta elegir los mejores adjetivos para piropear las imágenes de sus devociones, ellas te regalan borbotones de verdad, las de todo un barrio que no se entiende sin su cofradía y una cofradía que no existiría si no tuviera detrás a todo un barrio. Y salen los primeros nazarenos. Los tramos dobles. El de los niños y niñas y sus padres con los bocadillos, el agua y lo que haga falta porque de esos bolsos sale lo que usted ni se imagina. Capas más blancas y mejor planchadas no las va a encontrar. Y emprenden un largo camino. Y ya nada será igual. Para unos será su primera vez, otros irán arrancando hojas en el calendario de su vida, "un año más, gracias a Dios". Habrá ausencias. Otros llorarán porque saben que es su última salida. Y sale Ella. ¡La Virgen del los Dolores! ¡La reina del Cerro! Suena Coronación, su marcha. Sólo escribirlo me emociona. Y llueven pétalos de claveles. Y todo se desborda. Lágrimas y más pétalos. Y más lágrimas. Y más lluvia de pétalos. Y ellas, sus vecinas, le hablan: "Hija, ya estás en la calle, qué alegría me da verte". "Qué bonita te han puesto, miarma". "No se puede ser más guapa". Y aplauden. Aplauden sin parar. Y ríen y lloran a la vez. Y sueltan las palomas. Una por cada año de salida. Y una no sabe cómo contar lo que está viviendo. Donde mire hay un gesto, una mirada, una lágrima. Afán de Rivera la espera escoltada por todo un barrio. Ya nunca irá sola. La veo alejarse, guapa y majestuosa. Y sólo puedo dar las gracias. Por tanto.

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