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Sevilla: primaveras ligustinas

Es mejor irse al Corpus de Hinojos. ¡Cuantísimos forasteros! ¡Qué jartura!

Aestas alturas de la vida, recién llegado a los 70 años, he accedido a un gran descubrimiento: la especialidad del alma sevillana, las peculiaridades de nuestro carácter, la universalidad de nuestra manera de ser, así como la manera especial que tenemos los sevillanos de beber la vida, no son exclusivos nuestros, por una parte, ni extensibles a toda Andalucía, por otra. Tampoco somos los de Sevilla exactamente iguales a los de la Sierra Sur, o a los de los montes y valles de Cazalla o Constantina, y ni siquiera a los de Marchena, Estepa y Osuna. Sin embargo, en el Aljarafe, Dos Hermanas, Utrera y Lebrija; en parte del Condado de Huelva y, por abajo, hasta Almonte y Moguer; y en Jerez, Sánlucar y El Puerto somos todos muy parecidos. Hasta el punto de que todos, más o menos vivimos las fiestas primaverales de la misma manera y con códigos muy parecidos. Y esto no es de hoy, por la influencia de la tele y otros medios de comunicación. Se trata de unas formas de vida anteriores, incluso, a la existencia de las redes sociales.

Si se fijan ustedes bien, en toda esa zona -el triángulo comprendido entre Sevilla y Huelva, de un lado, y Sevilla y Jerez-Sanlúcar de Barrameda, de otro- todos vivimos nuestras tres grandes fiestas -la Semana Santa, las ferias y el Rocío- de la misma manera. Desde el Domingo de Ramos hasta Pentecostés. O sea, desde la fiesta del adiós al invierno y la resurrección anual, hasta la celebración de las inmediatas cosechas. ¿Qué tenemos nosotros en común, que no tengan los demás andaluces? "Una cosa. Una, una, una…", como dice Donovan (Tom Hanks) en El puente de los espías: todos somos pueblos ribereños del antiguo Lago Ligustino, el Lacus Ligustinus de los romanos. Ese mar interior en el que hace unos tres mil años desembocaba el Guadalquivir; ese mar interior que recibió a los fenicios, que en sus islas fundaron Gadir e Ispal, y que construyeron un templo en El Carambolo y otro en Sancti Petri; ese mar en cuyas orillas los romanos fundaron Itálica y que dominaban desde las colinas de Asta Regia y Lebrija; ese mar interior en cuyos bordes empezamos a ser todos mestizos de todas las culturas del Mediterráneo; ese mar interior y ese río -padre de toda Andalucía- en los que aprendimos a festejar anualmente la vida y en los que empezamos a fundir nuestras costumbres y a protocolizar nuestros ritos.

Ese triángulo mágico Sevilla-Cadiz-Huelva, al que podríamos llamar Ligustinia, es nuestra patria originaria. Nuestros caracteres, costumbres y ritos son prácticamente los mismos, desde siempre, como bien retratan en sus obras autores como los Álvarez Quintero, Muñoz y Pabón o Fernán Caballero. Por eso, cuando estamos juntos, estamos tan bien juntos, ya sea en las celebraciones religiosas, en las fiestas o ferias, o en el Rocío y otras romerías. Y, sin embargo, y aunque no salgamos de Andalucía, no es igual en otros sitios más lejos, y con montes por en medio.

Lo malo son los visitantes que vienen desde arriba de Despeñaperros, que no nos entienden ni son como nosotros. Y que, además, se creen que pueden ser como nosotros. Vienen a la Semana Santa, por ejemplo, y se creen que lo más grande es ver entrar a los Panaderos "en Campana". O se trasladan a la Feria y quieren estar riéndose todo el día con nosotros, que saquemos a sus mujeres a bailar sevillanas y enseñarnos cómo se ven los toros. O alquilan una casa en el Rocío y se ponen todos los de la casa -ellas y ellos, conjuntados- el mismo uniforme, cambiándose por la mañana y por la tarde.

Tal como se están poniendo las cosas, yo creo que es mejor irse al Corpus de Hinojos, o a ver toros al Puerto, o a ver la Virgen de la Estrella en Chucena. Prefiero estar con los ligustinos que con los visitantes. ¡Cuantísimos forasteros! ¡Qué jartura!

Recreación científica

del Lago Ligustino.

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