Escribo esta columna en viernes, el día de Reyes, cuando por fin terminan estas fechas a veces preciosas e ilusionantes, y otras, largas, temibles e insoportables. Sí, en ocasiones, y este es el caso, la navidad no es solo alegría por la venida del Niño, las reuniones familiares y los Reyes, sino que se convierten en días en que notas más que nunca la ausencia de quienes ya no están, y más si se han ido recientemente. Siempre los tienes presentes, pero estos días de familia a cada instante son muchos los momentos duros en que nada parece tener sentido sin su presencia, y cuyo hueco en la mesa, en la casa o en el día a día es imposible de obviar. Por eso está uno loco porque pasen ya las dichosas fiestas y de nuevo comience el devenir cotidiano que haga más liviana la ausencia de quienes nunca olvidarás, pero a quienes ya no podrás coger la mano físicamente. Ea, adiós, navidad, adiós. De donde quiero que se vaya el año que ha terminado, mejor no digo nada que esto lo pueden leer niños.

Por otro lado, y a pesar de todo, también los días de navidad sirven para ver como los que vienen detrás, los que se supone pagarán mi pensión, viven estos días con ojos desmesurados de emoción por cuanto les rodea. Comparten contigo y los tuyos momentos de felicidad que alivian tu pena, son capaces incluso de hacer que un mal rato acabe en una sonrisa por el cariño que dan y transmiten. Junto a los pequeñines están quienes comparten su vida contigo de una u otra manera, llenándola a cada instante, incluso en los silencios o la distancia. Tu pareja, tus hermanos, y desde luego todos cuantos sin necesidad de pregonarlo, saben hacerte sentir que están ahí, para lo bueno y sin lugar a dudas para los momentos menos buenos. ¿Hay mejor regalo para hoy que eso? Pues eso, que aún queriendo que se vaya ya la navidad, no puedo dejar de pensar en lo buena que ha sido por todo esto… ¿se puede tener más?

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