Aesa hora de los domingos en la que los ruidos comienzan a retirase, justo cuando cae la tarde y el sol se repliega, mientras la gente abandona la playa, una joven comprometida afeaba la actitud de un rebaño de hombres y mujeres que utilizaban los servicios comunes con los que cuenta el paseo de todos como si se trataran de las letrinas del patio particular que esconden en la puerta trasera de sus casas. Bueno, quizá en sus casas gasten usos menos insalubres…, o no, vaya usted a saber.

El caso es que a esa chica le cayó la ira furibunda de una turba desmadejada. En la primera batida, las del sexo femenino, con una violencia gestual que me asombró. Luego, sin solución de continuidad, llegaron los del sexo masculino, más silenciosos, pero sin duda más certeros en sus amenazas. A mí, al igual que a otros que pasábamos por allí, no nos quedó otra que meternos por el medio, intentando hacer de escudos humanos, porque poco más se podía hacer ante aquella jauría descocada. Soportando insultos, amenazas y algún que otro empellón, la chica, finalmente, con la cabeza encogida entre los hombros, y no teniendo más remedio que dar la callada por respuesta, tuvo que volverse por donde había venido, tragándose sus palabras, mientras alguna lágrima se le encajaba en el rostro repentinamente demudado… Ante esa clara y democrática victoria, con el enemigo de retirada, la manada se felicitaba, mientras algunos niños, semidesnudos aún, volviendo la cara hacia sus familiares, entre risotadas, le seguían el paso a la joven delatora.

Quizá fueran los efluvios del vino barato derramado sobre el pretil del paseo marítimo, o la hedentina del hachís que flota por encima del acerado, o el aceite de coco que, a grandes dosis, tuerce la razón, por mucho que agudice el ingenio…, quién sabe qué, pero lo cierto es que esta historia que cuento, verdadera como la vida misma, aunque no sea muy frecuente, tampoco resulta aislada.

Nos merecemos más paisanos que demuestren civismo, al uso de esa chica ejemplar, y si hay quien no sabe encajar una crítica justificada, como parece, estamos tardando en organizarnos para que nuestro Ayuntamiento movilice policía de proximidad que demuestre su presencia activa en un lugar tan concurrido e importante para la ciudad como es la playa del Zapillo.

Si no se dispone así, otro día, alguien responderá con la misma moneda, y todos saldremos perdiendo. Al tiempo…

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