El futuro

Me temo que han llegado demasiado lejos como para dar marcha atrás, y mucho más, presiento que no lo van a hacer

Estimado J.V. Como me consta que aún me sigues leyendo, te habrás dado cuenta que ya advertí la semana pasada que estos meses atrás no supe leer de forma adecuada las señales que advertían cuanto se estaba cociendo en el avispero en el que se ha convertido Cataluña. Es por eso que esta mañana, cuando he vuelto a calzarme las zapatillas, me he propuesto reflexionar sobre todo lo que nos podemos encontrar esta semana que entra. Cuando tú leas esto ya será miércoles, y a buen seguro los hechos que se sucedan el lunes, y sobre todo el martes, habrán convertido en agua de borrajas todo lo que ahora escribo, pero incluso aceptando su efímera vigencia, viendo las calles abarrotadas, me siento en la obligación de no callarme, por mucho que me duelan algunas cosas que se atraviesan en el silencio de mi cabeza.

Me temo que han llegado demasiado lejos como para dar marcha atrás, y mucho más, presiento que no lo van a hacer. En Cataluña se han derogado las normas comunes de convivencia, haciendo estallar la Constitución y el Estatuto bajo el parapeto de una inmensa masa de gente que comprende, justifica y sostiene esa insurrección, cientos de miles de personas que se han echado a la calle, cuando no al monte, para dar cobertura a lo que todos sabemos que de forma razonada es ilegal, en tanto altera el orden legítimo del que nos hemos dotado. Y si eso es así, me causa un desasosiego inmenso plantearme cuál va a ser la reacción del Estado, una respuesta que, por mucho que escondamos, todos sabemos que bulle ingrávida en nuestras reflexiones, flotando entre los párrafos de nuestros Códigos, entre los capítulos de los textos legales de preceptiva aplicación por parte de funcionarios y políticos, que no pueden, aunque quieran, hacer dejación de sus obligaciones. La respuesta se podrá tamizar, pero finalmente no va a poder ser otra que la invasión del Derecho en la Comunidad Catalana, a través de su intervención, suspensión y el encausamiento de aquellos que los tribunales entiendan que han podido realizar actuaciones presuntamente delictivas. Como ves, a medida que los acontecimientos se suceden y el tiempo transcurre, cada vez estrangulamos más el margen de maniobrabilidad para la solución de este problema. Y, si como creo, eso ocurre, y nadie recula, no sé si estamos preparados para asumir y aceptar las actuaciones que el Estado habrá de emprender. Sinceramente, no lo sé.

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