Hace ya años, en un almuerzo de despedida tras un proceso de evaluación de una titulación de Psicología en Castellón, un profesor del centro, que parecía empapar mal el vino, descerrajó casi sin previo aviso toda la munición nacionalista catalana. La ofensa y la dominación histórica, la superioridad y el asco. Era castellonense, como digo, pero decía ser profundamente catalán y, aún más, antiespañol. Hace dos décadas, a uno le resultaba pintoresco y, por así decirlo, cachondeable: qué iluso, yo. El mapa imaginario de su patria tenía bastante que ver con el reciente de la CUP, apropiado de otros de la URSS de Lenin o la Alemania hitleriana, en el que se barre a toda la porquería española y alguna propia, como Artur Mas, al mar. A las cuatro provincias actuales él anexionaba toda la actual comunidad valenciana, parte de Aragón, todo Baleares, provincias francesas, islas italianas. Incluso se puso amenazante, lanzando perdigones de tinto con su boca iracunda: "Y Murcia, y hasta Almería, que son los industriosos de tu tierra, ¿por qué van a ser españolas y no catalanas?".

La guerra de los Balcanes estaba entonces en curso, algo como de otro mundo, y el proyecto nacional de aquel profesor, que podría adoptar como himno una versión asardanada de la salsera "Quítate tú 'pa' ponerme yo", nos hacía reír para nuestros adentros. Irónicos, quitábamos hierro, asociados los forasteros a los gestos de cejas de sus compañeros: "Éste está fatal de lo suyo, no se lo tengas en cuenta, es nuestro loquito". Pues bien, aquel odio está reventando en cientos de miles de personas. Por supuesto en Cataluña, pero también en el resto de España. Si alguna vez hubo amor, éste ya desapareció. Si hubo, que la hubo, una buena y fructífera convivencia, hoy está malherida.

Hay un refrán sobre el amor que resulta gratuito. Es el que asegura que los amores reñidos son los más queridos. Algún amigo peleón y tendente a herir se encuentra en su madurez solo como la una y seco de cariño. Las ofensas, los insultos, no digamos la crueldad y sobre todo la física dejan huella. La infidelidad, la agresión, el desencuentro bronco suelen encoger la boca del estómago cuando se rememoran de vez en cuando, incluso años después del incidente o la afrenta. El proceso independentista catalán en curso ha rebasado los límites y casi todos estamos perplejos y dudamos de que la situación se pueda reconducir. Si podemos conceder la victoria en algo a los estrategas del procès es en haber enfrentado y llenado deresentimiento a esta otra versión delas dos Españas.

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