Ayer fue 8 de marzo. No olvidemos que esta fecha tiene su origen en 1910 en la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, que se consolidó como referente de la lucha feminista a partir del trágico y criminal incendio de la fábrica textil Triangle Waist, donde murieron 123 trabajadoras, que un 8 de marzo de 1917 las mujeres rusas convirtieron las largas colas del pan en una revuelta que provocó cambios históricos. Los ochos de marzo están ligados a la lucha por la igualdad de género, política, sindical, social y personal, antes de que la ONU-Mujeres el 8 de marzo de 2011 celebrara el primer "Día Internacional de la Mujer de las Naciones Unidas".

Este año, sin embargo, ha sido especial, el movimiento feminista ha conseguido que el debate por la igualdad haya inundado nuestras vidas, públicas y privadas. Las razones son evidencias, 1000 asesinadas por violencia de género en los últimos 15 años, 30% de brecha salarial, trabajo no remunerado que representa el 53 % del PIB, etc., Ni el mismo Gobierno se pudo sustraer, Rajoy lo intentó con el "no nos metamos en eso"; ni siquiera la poderosa Iglesia pudo evitar "contaminarse" de feminismo y terminar enfrascada en debates entre sus "demonios", sus discriminaciones internas y su doctrina social.

El 8 de marzo nos ha interpelado a todos. Hemos sentido el vértigo de comprobar que, si ellas paran, el mundo se para. Ahora queda el reto de que esta corriente consiga traducir su fortaleza en cambios efectivos como la financiación de las medidas del pacto de Estado contra las violencias machistas, la regulación de jornadas laborales y permisos intransferibles, planes educativos en materias de igualdad, o planes de intervención en prostitución o maternidad subrogada... Que la lluvia violeta limpie nuestras casas, calles, escuelas, trabajos e instituciones.

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