El día 8 en muchos centros de trabajo cambiaron las conversaciones rituales de la mañana, el tiempo y los insomnios propios de la edad fueron desplazados por cosas de más calado. Estábamos convocadas para visualizar nuestro rechazo y la urgencia para actuar frente ante las fallas que dividen nuestras sociedades en función del género. Son 16 las asesinadas por crímenes machistas, el 24 por ciento de brecha salarial resultado de la infravaloración de las actividades de alta feminización, como las relacionadas con los cuidados y con contratos a tiempo parcial. Síntomas de relaciones alzadas sobre estereotipos de género, baluartes del poder de una mitad sobre otra.

Se zarandeó por unas horas a toda la sociedad. El feminismo tiene un valor intrínseco, exigir la igualdad de la mitad de la población respecto a la otra mitad, implica poner sobre la mesa la falta de calidad democrática. Olympe de Guoges en 1791 llamaba la atención con su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadanía. Se votaba sobre una desigualdad esencial, murió guillotinada. Recordamos, emocionados, que la República Española tuvo que ser zarandeada con la lección de Clara Campoamor para conseguir que las mujeres pudieran votar. El espectáculo de guerras partidarias es todo lo contrario, peleas de gallos como las que nos ofrecen desde el Ayuntamiento y la Diputación, desleal contienda a costa de las pedanías jerezanas que pierden inversiones básicas. La política local es un reñidero, la acumulación de hormonas del poder explica que la máxima preocupación esté en un futurible y se reduzca a contactos, conspiraciones y exclusiones sectarias para ocupar posiciones en los procesos electorales. Necesitamos mirar con gafas Violetas, abrir el foco, en el centro las personas, la política a su servicio, es la calidad en democracia la que puede legitimarla.

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