Enigmática e inquietante, la sonrisa del Crucificado es tan inquebrantable como sutil, casi oculta entre regueros de sangre y lágrimas que, sin embargo, no logran desdibujarla. La cabeza tiene toda la ampulosidad y el movimiento del último Barroco. La unión de un rostro plácido y un cuerpo dramáticamente lacerado, la refinada talla del cabello o el retorcimiento de los pies hablan por sí solos de la innegable dependencia de la escuela genovesa del siglo XVIII y de sus característicos cristos. Una opinión hoy aceptada de forma mayoritaria por la historiografía, aun cuando modernamente se haya querido vincular con nada menos que San Juan Grande esta imagen, que viene venerándose en los últimos años junto al columbario de la capilla de San Juan de Letrán.

En 1585 Juan Pecador encarga a Andrés de Ocampo un crucificado para su hospital jerezano de Nuestra Señora de la Candelaria. Este edificio, hoy desaparecido, se levantó al lado de San Juan de Letrán y fue desamortizado en 1835. A la talla de Ocampo se le pierde la pista pero hay quién defiende que terminó en la capilla anexa al hospital. La llegada del Nazareno a su actual sede en 1852 complica aún más esta alambicada historia pues sabemos que esta cofradía contó entre sus titulares con un "Santo Crucifijo" que seguramente se llevaron también consigo. ¿Estamos ante el ahora conocido como "Cristo de la Buena Muerte"? Tal vez, pero de lo que no cabe ninguna duda es de la imposibilidad de relacionar el estilo tardomanierista de Andrés de Ocampo con esta pieza. Una escultura excelente que pasa muy inadvertida, pese a la reciente y feliz restauración a la que ha sido sometida, ya que poco luce en su inapropiada ubicación, bajo y sin la perspectiva suficiente para poder contemplarla como se merece; en un triste y oscuro rincón donde su misteriosa sonrisa se desvanece.

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