Excitó la imaginación de los amantes de lo paranormal, predispuestos, sin duda, por esa mezcla de abandono hosco e inaudita estética victoriana que, de manera subconsciente, pudo despertar una imagen, seriada, de lo terrorífico, asimilada a través de la mirada dirigida del cine. El tiempo transforma nuestra percepción y convierte el buen gusto en un tétrico decorado. Lejos parece quedar ya esa sociedad anglófila, unida a la industria vinatera, que dominó Jerez en torno a las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. Aún nos quedan, sin embargo, testimonios arquitectónicos tan llamativos como el Pabellón del Jockey Club, en Sementales, o el Barrio Obrero. Otro ejemplo era la Casa del Coronel, situada junto al Aeropuerto. Con sus tejados apuntados, su torreón y sus buhardillas, sus fachadas con entramados geométricos de imitación de madera, nos remitía a una clara influencia británica.

Recientemente, María Isabel Serrano Macías la ha estudiado en un interesante artículo publicado en el último número del Boletín de Arte de la Universidad de Málaga. Construida en 1929 por Pedro Francisco Domecq y González, dicha historiadora apunta como autor a Luis Gutiérrez Soto. Este reputado arquitecto llevaría a cabo más tarde otros trabajos significativos para Jerez, como el gran edificio historicista de Larga 85, esquina con Puerta de Sevilla, o el polémico y moderno hotel que proyectó dentro del Alcázar. A partir de los 40 la casa pasó a formar parte de la Base Área de La Parra como vivienda de los oficiales del ejército del aire. Pero tras el cierre de la base, su declive ha sido imparable. Y por fin el pasado verano la piqueta, siempre tan inmisericorde, hizo acto de presencia, acabando con una obra singular. El verdadero escalofrío lo produce, no las apariciones espectrales que desaparecen con ella, sino la cruda realidad.

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