El drama de la inmigración

La isla de la esperanza

  • Once pateras y cerca de 400 inmigrantes en lo que va de año encuentran la salvación en el que fuera refugio del pirata Al-Borany

  • Un destacamento naval siempre aguarda para asistir a los náufragos

¡Alarma, patera! Grita el infante de guardia desde su puesto en el centro de comunicaciones situado en la primera planta del edificio del faro. Con el aviso del centinela se activa el Plan de Actuación para la Arribada de Inmigrantes de la Armada y el destacamento naval notifica el avistamiento al Centro de Operaciones y Vigilancia de Acción Marítima de Cartagena. Al menos tres de los integrantes de la rotación, que cada 21 días llega a la isla de Alborán, se equipan con trajes desechables de protección, además de mascarillas y guantes, mientras el resto prepara material de apoyo para los peregrinos del drama de las migraciones. Mantas térmicas, ropa, calzado, raciones de comida y agua que suministra periódicamente la Delegación en Almería de Cruz Roja. El fuerte oleaje y la falta de luz, cuando el desembarco se produce durante la noche, suelen complicar el rescate de embarcaciones con graves problemas de flotabilidad. En ocasiones los militares se juegan la vida para evitar que las pateras se estrellen contra los acantilados. El sargento primero Carlos Trujillo recibió la Cruz al Mérito naval con distintivo amarillo por su heroica hazaña en diciembre de 2010. Amarrado por la cintura a un cable guía del que tiraban sus compañeros trasladó a los treinta ocupantes, incluido un recién nacido, de una lancha que embarrancó en las proximidades de un escarpado de la isla. Pero no siempre se puede evitar la tragedia en este enclave de 90.000 metros cuadrados de roca volcánica que los musulmanes conocían como el "ombligo del mar". A mediados de abril una zodiac volcó próxima a la orilla y una niña quedó atrapada debajo por un cabo. La madre murió poco después a consecuencia de una parada cardiorrespiratoria en la evacuación de urgencia hasta el hospital. Y el cadáver de un tercer subsahariano que cayó al mar fue encontrado a una milla náutica de la isla por los buzos de la Armada y la Guardia Civil. Lanchas neumáticas en descomposición en el embarcadero junto al muelle son las únicas huellas que quedan de los naufragios recientes. 

El destacamento naval, cuya función es preservar la soberanía nacional en el islote, proteger la reserva natural y vigilar el tráfico marítimo, no se enfrentaba a una muerte en la isla desde 2009. De hecho, han tenido años en los que no han visto ni una patera como ocurriera en 2011 y 2013. Pero el ejercicio en curso está siendo un auténtico desafío para la Armada y su delegación itinerante en un acuartelamiento por el que ya han pasado 387 inmigrantes de los que ocho eran niños a bordo de once embarcaciones. Tan sólo hasta el mes de junio y ya están a punto de cuatriplicar la estadística del año anterior. Su labor humanitaria, en plena oleada de pateras hacia las costas andaluzas, está cobrando más fuerza y sentido que nunca. El buen tiempo ha provocado que en los últimos días hayan rescatado a 453 personas en 17 pateras en el Estrecho de Gibraltar y el Alborán. De enero a junio se ha producido un incremento del 115% de los norteafricanos y subsaharianos en la costa andaluza. Ayer mismo la Guardamar Polimnia trasladaba al Puerto otra embarcación en la que viajaban 36 personas. Un aluvión que parece ser anticipo de lo que va a ocurrir este verano en el que está previsto un incremento de la presión migratoria sobre el litoral español, sobre todo en el sur de la península, provincias en las que ya han levando la voz de alarma por la preocupante falta de medios los sindicatos policiales y de Guardia Civil y las ONG que trabajan con la inmigración clandestina. Lo que más preocupa a los que asisten en tierra firme y rescatan en alta mar no son precisamente los recursos necesarios para que no se rompa la custodia de los retenidos hasta que pasan a disposición de la justicia por la infracción administrativa que cometen al intentar acceder irregularmente a España, sino el hecho de que no lleguen nunca a su destino y sean arrastrados por la corriente hasta el oscuro fondo marino ante la incapacidad de la comunidad internacional para la gestión del dramático éxodo.

El Mar de Alborán forma parte de un gigantesco cementerio azul en el que se ha convertido todo el Mediterráneo, ahogando sueños de una vida mejor al otro lado del charco de cientos de inmigrantes en los últimos años. Y la isla que por disposición del rey Alfonso XII fue asignada el 9 de mayo de 1884 a la provincia de Almería emerge como un oasis en un desierto de olas de angustia y desesperación. A veces las pateras se aproximan a la deriva con graves problemas de flotabilidad. De no estar ahí este peñón del tamaño de siete campos de fútbol, más cerca de Marruecos que del litoral andaluz, el tétrico cómputo de muertes que golpea a hombres, mujeres y niños que casi a diario parten del norte de África sería mucho más amargo. Alborán es la isla de la esperanza gracias a un destacamento naval encargado de arriar las pateras y remolcarlas hasta el muelle de Poniente donde auxilian a sus ocupantes mientras se desplazan las embarcaciones de Salvamento Marítimo, que tienen encomendadas las funciones de traslado de los inmigrantes hacia los puertos de Almería, Málaga y Motril. En ocasiones se movilizan también las patrulleras y fragatas de la Armada, sobre todo cuando navegan por la zona y alguno de los subsaharianos requiere de la atención médica de profesionales sanitarios de los que no dispone la rotación en la isla. Si la situación es extrema solicitan el respaldo de medios aéreos, como los barcos que faenan por la zona, aunque la mayoría de los casos de sanidad militar que se presentan en este enclave se gestionan con consulta telemática desde Madrid a través del Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla.

El jefe del destacamento naval desde enero de 2015, el capitán de corbeta Alfonso Jiménez de los Galanes Gutiérrez, explica que los militares mantienen el protocolo antiébola cuando auxilian pateras y realizan las pertinentes pruebas de temperatura a la arribada a la isla para detectar enfermedades contagiosas. Disponen de locales en un barracón prefabricado, que antes de la reforma del edificio del faro era el acuartelamiento de la Armada, por si fuera pertinente el aislamiento. Lo que implicaría su desinfección posterior, así como la realización de un reconocimiento médico a los once integrantes de la rotación. Equipados con mantas y colchones, los módulos también se hacen imprescindibles cuando la climatología adversa retrasa la recogida de los visitantes. Pero no es habitual, de hecho llevan más de dos años sin alojar a nadie en una especie de aula prefabricada en la que han habilitado un sala con máquinas a modo de gimnasio de entrenamiento. El jefe del destacamento naval valora el esfuerzo del personal, siempre en actitud colaborativa y de ayuda hacia los migrantes. "A veces llegan niños muy pequeños y embarazadas... la experiencia que van adquiriendo les ayuda a aminorar las situaciones vividas".

El infante de marina José Manuel Romero, con cinco rotaciones a sus espaldas, tiene grabada en la retina aquella patera que auxilió en la isla el 4 de octubre de 2014 y tiempo después sostenía que "hay una cara de un chiquillo que no se me olvida desde aquella noche". Son un destacamento para todo, golpeados por el lado más gris del fenómeno migratorio. "Cuando se bajan no llegas a comprender cómo se han metido 34 personas en esa patera tan pequeña", añade. El jefe del destacamento naval entre el 3 y 31 de mayo, que ha sido uno de los periodos de más incidencia en lo que va de año, es el capitán de Infantería de Marina Ignacio M. de Nicolás Martínez. Argumenta que las principales sensaciones de los inmigrantes cuando llegan es la satisfacción de estar en un sitio seguro y también de gratitud por la acogida y asistencia que se les presta en la isla. Y se lo transmiten con sus gestos y su actitud, a veces en diálogos posibles con "algo" de francés e inglés. "Para el personal de la Armada supone un motivo de satisfacción el poder tener la oportunidad de prestar ayuda a estos niños, psicológicamente en vez de un lastre para nosotros supone un estímulo, argumenta el capitán. Los militares nunca han sufrido conductas violentas por parte de los inmigrantes, pese a la tensión y estrés que soportan durante su infierno en el mar. "Todos abandonan la isla con la mirada llena de ilusión en un futuro mejor, supongo que estos sentimientos se sobreponen en la balanza a las desgracias y calamidades vividas para llegar a este punto". Es la isla de la esperanza.

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