Elecciones

La serenidad de Rajoy

  • El líder del PP hace terapia y evita recurrir al catastrofismo ante un Zapatero que buscó sacar de sus casillas a su rival con continuas interrupciones

En plena crecida socialista, Rajoy saltó al césped televisivo con la presión de recortar la ventaja aníma y de sondeos que, aunque ligera, llevaban los socialistas en el inicio de campaña. El guión imponía que Rajoy debía golpear sobre ETA y la economía pero conservando alta la guardia, siempre con prudencia, para no despertar las iras de la hinchada socialista, siempre perezosa en su cita con las urnas.

El formato encorsetado del debate permitía pocas licencias y anticipaba un empate. Pero consciente de que le iba en ello su carrera política, que podría concluir si pierde el 9-M, Rajoy salió al ataque desde el inicio. Mirada fija a la cámara, rompió el hielo del debate iniciando su intervención general con ETA y la economía, baluartes sobre los que el PP ha edificado su estrategia de oposición. Convinó sus embestidas con un gesto tranquilo y sereno que supo mantener hasta el final.

Apenas tomó la palabra Zapatero, Rajoy recibió el primer golpe  de su rival. El presidente intentó, en vano, sacar de sus casillas a su adversario con continuas interrupciones y provocaciones que Rajoy supo eludir, lo que favoreció una versión más moderada del candidato del PP. Rajoy acostumbra a definirse como un “hombre previsible”, y ayer se ajustó al retrato que quería trasladar: “soy un hombre moderado”, dijo de sí los días previos a su asalto con Zapatero.

Zapatero le provocó buscando una reacción airada, tal y como quería retratar a su rival, pero sin éxito. Primero sacó del armario a Pizarro, fichaje estrella del PP a la deriva tras naufragar en el debate económico contra Solbes. Rajoy toreó la primera embestida y las sucesivas: “Señor Rajoy usted congeló el sueldo a los funcionarios cuando era ministro”. “A usted le designó Aznar”, dijo Zapatero tras acometer con el 11-M.

Pero Rajoy no cambiaba su talante sereno que sólo descuidó en algunos planos escucha cuando, por ejemplo, atendía entre risas los argumentos del presidente mientras la cámara le enfocaba. Así se llegó al descanso, con un empate. Para entonces ETA y la economía estaban despachadas. La primera parte emuló un diálogo de sordos. Mientras Rajoy trataba de marcar el ritmo del debate fijando como temas la microeconomía, la subida de la cesta de la compra o la inmigración Zapatero rehuía la batalla y contrarrestaba con educación y macroeconomía sin perder su gesto desafiante, casi agresivo, intentando desquiciar a Rajoy.

De vuelta, Rajoy dejó que Zapatero se venciera con sus acometidas y aprovechó esa imagen poco amable que se había ido labrando con sus acometidas para asestarle el golpe que lo tumbó. Sacó del cajón el Pacto del Tinell, el pacto acordado por el tripartito de Cataluña por el que el tripartito renunciaba a pactar con el PP. Esa fue la imagen final con la que Rajoy retrató a Zapatero: el culpable de la discordia y el arrincomaniento del PP. “Usted es el intolerante”, dijo. Ya con Zapatero moribundo, exprimió la ocasión: “A quien creo a Zapatero que dice que ANV es legal o ilegal, al Zapatero que dice que habló con ETA o al que engañó a los españoles”, fijando la imagen de un presidente bipolar. Para rematar esbozó: “Quiero que se vayan a dormir con optimismo y esperanza de que podemos encarrilar las cosas”. Ayer Rajoy se acostó más cerca de La Moncloa. Y lo hizo haciendo terapia al PP. Imponiéndose sin hacer uso del catastrofismo. Aún le resta un asalto.

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