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Aguirre, excesivamente confiada

  • Error. No eligió bien y, lo más grave, no atendió las señales de alarma que le transmitían sobre las actividades de sus elegidos. Y ahora ha perdido todas las opciones de continuar en política

Aguirre, excesivamente confiada

Aguirre, excesivamente confiada

Hace unos años, con Esperanza Aguirre al frente del Gobierno de Madrid, contaba un empresario que había acudido a una cena en casa de la presidenta y que en un momento determinado, en tono coloquial, preguntó a sus invitados si tenían algún dato que pudiera dar pie a los rumores sobre las presuntas actividades delictivas de su mano derecha. Nadie pronunció palabra, aunque era la oportunidad para hablar abiertamente, nadie facilitó información sobre las supuestas andanzas económicas del vicepresidente madrileño. El propio Ignacio González respondía con naturalidad a quien le preguntaba por esos rumores y cómo cuadraba las cuentas, pues era evidente que con su sueldo no podía costear su alto ritmo de vida, con lujosas casas en Madrid y Estepona e hijos estudiando en el extranjero. Su respuesta era siempre la misma: su mujer, Lourdes Cavero, contaba con importantes ingresos propios, más los de su tienda de arte y antigüedades.

Era la misma explicación que daba a la presidenta, por lo que decía Esperanza Aguirre. Que creía a su ex presidente, con el que ha mantenido durante décadas una excepcional relación profesional, política y personal. No así con Francisco Granados, hombre también de confianza en su gobierno. Contaba Aguirre que le ofreció ser consejero porque, como alcalde de Valdemoro, había realizado una gestión muy eficaz y además, había conseguido una importante base de militantes para el partido. Nunca desconfió de él, pero no formaba parte de su círculo de amistades personales, como era González.

Aguirre ha sido la mujer más importante del PP hasta que Cospedal se hizo con el poder. Cospedal es un producto político de Aguirre, primero como consejera de Transportes y después como candidata a la Presidencia del Gobierno de Castilla La Mancha a instancias de Aguirre, que propuso su nombre a Mariano Rajoy. Las relaciones de Esperanza con éste, sin embargo, han sido un continuo vaivén, con momentos de tensión que hacían pensar en ruptura y otros en los que Aguirre expresaba su lealtad al jefe, quizá cuando más lo necesitaba. Pero cuando perdió las elecciones por segunda vez contra Zapatero, Aguirre no disimuló sus aspiraciones a hacerse con la presidencia del partido en el congreso que se celebraría en Valencia en junio de 2008. Fue el momento más amargo de la vida política de Rajoy, con Aguirre maniobrando con parte de la vieja guardia.

Finalmente pactaron una especie de paz que trataron de mantener. Rajoy eligió una Ejecutiva con Cospedal de secretaria general, en la que Aguirre sólo consiguió colocar a uno de sus incondicionales: Juan José Güemes. En el siguiente congreso, que se celebró con una Esperanza reconciliada con Rajoy, regresó González a la Ejecutiva.

Hoy Aguirre se ha convertido en la principal protagonista de la cadena de imputaciones y envío a prisión provisional de personalidades de su partido, ha dimitido por no haber estado suficientemente vigilante y ha cercenado definitivamente su carrera. Sin embargo, y es curioso, no ya su partido, sino destacados miembros de la oposición afirman que en ningún caso la consideran corrupta; no se ha llevado un duro, pero la acusan de confiar en quien no debería gozar de la confianza de nadie.

En favor de Aguirre hay que decir que nunca criticó en privado a Rajoy, siempre lo hizo de frente y abiertamente. A la madrileña se le pueden achacar muchos defectos, entre ellos, su rebeldía, su empeño en mantener su criterio, ir por libre en sus apreciaciones políticas sin tener en cuenta los argumentarios del partido o ser excesiva en todo, sin complejos. Su eterna responsable de comunicación, de lealtad más que demostrada, solía decir que mientras los jefes de prensa de todos los políticos intentaban que los medios dieran mucha cancha a las personalidades para las que trabajaban, ella pasaba la mayor parte del tiempo tratando de que no recogieran algunas declaraciones o iniciativas de Esperanza Aguirre. Labor inútil: su mayor atractivo ha sido siempre que nunca se sabía por dónde iba a salir, cómo se iba a pronunciar.

En tres ocasiones anunció su renuncia a sus cargos, aunque en los dos primeros advirtió que no era una retirada de la política. La primera vez, cuando dejó el Gobierno madrileño, fue por problemas de salud y presiones familiares para que se cuidara. La segunda, cuando fue detenido y enviado a prisión Francisco Granados, en el que confiaba. Aguirre anunció que dejaba la presidencia regional del partido porque, explicó, no había ejercido su responsabilidad de vigilancia hacia las personas de su equipo. Con esa premisa, era lógico que renunciara a la concejalía de Madrid y a ser líder de la oposición en el Ayuntamiento tras la detención de Ignacio González. Detención que la dejó abrumada, destrozada, desgarrada. Se sentía traicionada y engañada por quien consideraba su más leal y eficaz colaborador y amigo.

Aguirre anunció que dimitía y que la decisión era irrevocable. Envió un sms a Rajoy, de viaje oficial en Brasil, con el que habló por teléfono sobre la situación que vivía el PP de Madrid tras la detención de González. No llamó a Maíllo; lo hizo Iñigo Henríquez de Luna, su principal colaborador en el Ayuntamiento.

Ha sido la mujer con cargos institucionales más relevantes: presidenta del Senado, ministra y presidenta de la Comunidad de Madrid. Hoy, sin embargo, por no elegir bien y, lo que es más grave, por no atender las señales de alarma que le transmitían sobre las actividades de esos elegidos, ha perdido sus opciones a continuar en política. Aparte de provocar la crisis más grave que sufre el PP de Rajoy.

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