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La regla del juego

  • Christoph Galfard, físico teórico y discípulo de Hawking, publica una brillante continuación de 'El universo en tu mano', un hito de la divulgación científica

El científico, divulgador y escritor francés Christophe Galfard (París, 1976).

El científico, divulgador y escritor francés Christophe Galfard (París, 1976). / astrid di crollalanza / flammarion

En su libro El universo en tu mano, publicado en España por Blackie Books el año pasado, Christophe Galfard (París, 1976) comenzaba haciendo una solemne promesa: a lo largo de todo el volumen, el lector únicamente encontraría una ecuación. Y la ecuación en cuestión no era otra que la conocida fórmula acuñada por Albert Einstein E=mc2. Semejante declaración de intenciones resolvía de un plumazo el viejo dilema de la divulgación científica respecto a la física y su necesaria expresión matemática. El reto de los científicos que accedían a escribir para el gran público pasaba por emplear la mínima cantidad imprescindible de ecuaciones con tal de hacer accesibles sus argumentos. Cuando Stephen Hawking puso sobre la mesa su particular órdago con la celebérrima Historia del tiempo (1988) lo hizo incluyendo, como él mismo admitió después, bastantes más ecuaciones de las que sus editores le habían recomendado: al cabo, las que el autor consideraba imprescindibles. Su obra fue un éxito de ventas pero Hawking fue bien consciente de que el objetivo divulgativo había quedado cumplido en un porcentaje cuanto menos discreto; por eso decidió transigir y revisar después la Historia del tiempo en una reedición abreviada y con bastantes menos fórmulas que fue muy del gusto de una mayoría, ahora sí, dispuesta a leer.

Cuando Roger Penrose decidió contar todo lo relativo a las leyes de la física en El camino a la realidad (2006) lo hizo dirigiéndose a lectores profanos, pero se despachó a gusto insertando ecuaciones a lo largo de las 1.400 páginas del libro, convencido de que existía cierto prejuicio general sobre la dificultad de las matemáticas y de que, expuestas paso a paso, y con mucha paciencia, las fórmulas podían ser digeridas por los lectores al uso. Una década después, cabe concluir que la estrategia de Penrose funcionó sólo a medias. Seguramente nunca se ha dado un relato más meridiano de los procesos que sigue la naturaleza para reconocerse, pero el relato continuaba siendo oscuro y enigmático para toda una legión de aficionados con sed de saber pero incapaces de seguirle el hilo a una ecuación con más de dos incógnitas.

En parte, la piedra de toque de la divulgación científica entrañaba un viejo problema filosófico: cómo expresar a través de palabras un conocimiento asentado durante milenios en fórmulas matemáticas (las cuales, por otra parte, han permitido delimitar exactamente qué sabemos y qué no sabemos en cada época). Cuando parecía que la cuestión se encontraba en un callejón sin salida en el que no había mucho más que decir entró en liza Christophe Galfard, doctor en Física por la Universidad de Cambridge bajo latutela del propio Stephen Hawking, y se llevó el gato al agua con El universo en tu mano, verdadero hito de la divulgación científica que logró, ciertamente, guiar al lego en la materia desde el tejido del espacio-tiempo hasta las singularidades cuánticas sin más ecuaciones que la citada E=mc2. Ahora, Galfard dedica justo a esta misma fórmula su nuevo libro, Para entender a Einstein. Una emocionante aproximación a E=mc2, que acaba de publicar también Blackie Books con la traducción de Pablo Álvarez Ellacuria y en el que el autor mantiene el tono y la intención para presentar al lector el corazón mismo de la física. Como si de la más apasionante de las aventuras se tratase.

En realidad, cabe considerar esta nueva entrega una ampliación de El universo en tu mano, o más bien un complemento que, por su afán pedagógico y por su oportunidad discursiva, bien podría haber sido incluido en el mismo volumen. Concebido más bien como un breve opúsculo para leer de un tirón, Para entender a Einstein explica con clarividencia y cercanía en qué consiste la ecuación que llegó a convertirse en emblema del siglo XX. E=mc2 nos dice, según Galfard, que la energía puede convertirse en masa y la masa en energía; es decir, que podemos obtener una a partir de la otra, a veces de manera inesperada, y que ambas no son sino aspectos de una misma cosa. Trasladada esta evidencia al mundo subatómico, la misma fórmula nos indica cómo y por qué podemos dividir el átomo y cuál es la causa de que brillen las estrellas. También nos permite concluir que la velocidad de la luz es una constante (las velocidades no se puedensumar: aunque parezca extraño, c+c=c); y que, en virtud de esta constante, tiempo y espacio son relativos (lo son en cuanto ambos son lo mismo y forman parte de un mismo elemento, el espacio-tiempo, que conforma el tejido del universo; el título original de Para entender a Einstein incluye, por cierto, el muy revelador subtítulo Little ways to live a big life, lo que vendría a significar Pequeñas maneras de vivir una gran vida, altamente significativo al respecto).

Galfard recurre a Richard Feynman y su comparación del universo con una gran partida de ajedrez para concluir que E=mc2 es la regla del juego. El principio rector de la realidad y todo lo que sucede. Pero el motivo real de admiración que inspira Einstein es su capacidad para formular este principio rector de manera tan sencilla: "Einstein encarna como nadie el triunfo del razonamiento puro. Valiéndose sólo de su intelecto, y convencido de que sus dos principios [sobre los que cimentó la teoría de la relatividad especial y, posteriormente, al abarcar velocidades no constantes, la teoría general de la relatividad, convertida en una teoría de la gravedad] primaban por encima de cualquier idea previa comúmnente aceptada, nos abrió las puertas de un nuevo universo", escribe Galfard. Sólo una teoría que conecte la totalidad de los procesos físicos, tanto a nivel cuántico como en las distancias inabarcables del cosmos, una verdadera teoría del todo, permitirá abrir la siguiente puerta.

Seguramente habría que considerar la capacidad de Christophe Galfard de explicar las leyes de la física sin recurrir a fórmulas matemáticas a tenor de su condición de escritor (el parisino ha publicado varias novelas y colaboró con Stephen y Lucy Hawking en la escritura de El origen del universo, narración dirigida al público juvenil), su portentosa habilidad para construir imágenes, su humor y las muchas herramientas propias de la ficción que emplea para llevarse al lector al bolsillo. Einstein, en fin, habría entregado la cuchara.

El viaje es siempre una experiencia, a veces también una aventura. Para José Luis García Martín, algo indisolublemente unido a su forma de vida, una ocasión para encontrarse, una oportunidad para explicarse. Escritor, crítico literario, viajero, literatura, escritura y viajes están para él indisolublemente unidos, como demuestra en Ciudades de autor, una deliciosa recopilación de artículos que acaba de publicar Impronta Editorial. En este libro nos propone un interesante itinerario por un puñado de ciudades que casi todos podemos reconocer como parte de nuestro acervo sentimental vivido e imaginado, también leído. Es, sin embargo, un recorrido peculiar porque implica también una insistente búsqueda que se concreta en el encuentro con viejos autores que dejaron su huella, a veces indeleble, a veces liviana, en las calles, plazas y cafés de algunas de las urbes más hermosas del planeta.

Es García Martín un autor deliberadamente reincidente en los temas, peculiarmente ameno en el tono, cuidadoso en su estilo, sorprendente siempre, divertido siempre. En este libro lo encontramos en estado puro, porque el viaje es su estado permanente: viaja las muchas veces que coge un avión o un tren para desplazarse a otras ciudades y también, constantemente, cuando lee: "Uno cree viajar a diferentes ciudades y viaja siempre a los libros que ha leído", nos asegura, y es esto lo que hace en la primera parte de esta recopilación. De su mano paseamos por la Burdeos de Mauriac y Moratín, por el París de Colette y Julien Green, por La Habana de Lezama y Valente, por el Nueva York de Camba y Juan Ramón Jiménez o por el Palermo de Sciascia y Lampedusa. El autor recorre las calles de estas ciudades en busca de esas voces de otro tiempo siempre vivas en la memoria y las páginas de los libros. El lector las revive a través de la narración en primera persona, pero también a través de los relatos de amigos con los que se encuentra, de extraños con los que se cruza; amenos conversadores que reconstruyen jugosas historias de esas que no aparecen en los manuales y que tanto nos dicen de la verdadera esencia de los escritores y sus obras.

Están todos estos textos sumidos en una activa melancolía: evocan el pasado y lo traen al presente, superponen dos momentos distantes en el tiempo. Y es que uno de los principales temas de este libro, que es también uno de los favoritos de su autor, es la reconstrucción de la memoria anclada en la débil línea que separa lo vivido y lo inventado, o mejor dicho, lo recreado. Ficción y realidad se cruzan en estos artículos para explicar la vida a través de la literatura, o viceversa. Le gusta a García Martín adoptar un tono distante, revelar a medias, guardarse algún secreto inconfesable, contar jugando a no decir. También despistar al lector con verdades que no lo son, con citas que pueden no serlo, incluso con textos atribuidos a un autor que el lector duda modestamente de que sean realmente suyos. ¿Son verdaderamente de "Ramón" los aforismos finales que se incluyen en Lisboa de Ramón y Colombine? Algunos tan sugerentes como éste: "En el laberinto de Alfama el minotauro se disfraza de marinero".

Cierra el libro la serie Historias de hotel, en la que se integran nueve artículos que muy bien podrían formar parte de un libro de relatos de esos que comparten un mismo misterioso protagonista capaz de encontrase en las más variopintas situaciones y salir de ellas irremediablemente airoso. Serían cuentos góticos, desde luego, porque están estos textos plagados de fantasmas, algunos lejanos y otros cotidianos, que asaltan al protagonista a la luz de la luna en la silenciosa terraza de un hotel en Roma o a plena luz del día en el fresco claustro de un museo en Ginebra. El lector se pregunta qué hay de verdad o de mentira en estas estupendas historias. Todo y nada, parece respondernos el autor, a quien no le cuesta convencernos de su papel secundario en arriesgadas intrigas de carácter amoroso, detectivesco e incluso erótico. También nos habla, cómo no, de literatura en alguna de estos artículos -desde el hotel Le Café de París de Biarritz nos relata el encantador encuentro de Baroja con una anónima dama-; y de él mismo, en todas ellos.

"A veces pienso que para mí tras los límites de mi biblioteca se acaba el mundo", nos dice García Martín, y esconde esta afirmación una gran verdad, pero también una gran mentira porque, leyendo este libro, el lector acaba convencido de que al autor le interesa lo que la literatura tiene de vida, lo que las ciudades y los libros tienen de soportes de esa vida que él no se conforma con observar de lejos.

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